***SOLO HOY Y ahora supera mi beso de Megan Maxwell
Regresa Megan Maxwell con una novela romántico-erótica tan ardiente que se derretirá en tus manos.
Sexo. Familia. Diversión. Locura.Vuelve a soñar con la nueva novela de la autora nacional más vendida...Él llena mi corazón
Sophie Saint Rose
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Capítulo 1
Agotada después de estar trabajando toda la noche limpiando en un edificio de oficinas, metió la llave de su apartamento y de repente se abrió la puerta mostrando a su madre que iba vestida con el uniforme de la cafetería. —No me digas que te han cambiado el turno otra vez.
—De siete a tres. —La besó en la mejilla. —Te veo luego.
—Mamá… ¿Les has dicho que te duelen las piernas y que el médico quería darte la baja?
Su madre se detuvo y suspiró volviéndose. —Necesitamos el dinero, cielo. Y si no voy a trabajar me echarán, ayer ya perdí el día.
—Porque tenías que ir al médico, que por cierto fue muy claro. Te dijo que estar tantas horas de pie no es bueno para tus varices y para tu espalda. Tienes que dejarlo.
Emily puso los brazos en jarras. —Y cómo nos arreglaremos, ¿eh? ¿Va a pagar ese médico el alquiler? Mira, hablemos de esto luego que no puedo llegar tarde. Ya me han dado un toque.
Ivianne bufó entrando en casa y cerrando la puerta. —Maldita sea. —Tiró las llaves en el cuenco de la entrada y vio las llaves de su madre. Se las había olvidado. Estupendo, ahora tendría que acercarse a la cafetería para llevárselas antes de ir a clase. Dejó caer su bolso al suelo. Se quitó la goma que aguantaba su espesa melena rubia en un rodete y después se quitó la camiseta caminando hacia la habitación que compartía con su madre, porque ni energías tenía para hacerse el desayuno. Qué ganas tenía de acabar el curso de secretariado a ver si conseguía un trabajo medio decente. Se quitó los vaqueros y en ropa interior se dejó caer sobre la cama gimiendo porque ese día tenía un examen de contabilidad que casi ni había podido estudiar. Le iba a salir de maravilla.
Un sonido insistente hizo que frunciera el ceño y confundida abrió uno de sus ojos azules. ¡El móvil! Gimió apartando la almohada que estaba abrazando y se levantó a regañadientes para ir hasta el bolso que estaba en el salón. Medio dormida bostezó y se agachó ante la puerta para coger el móvil del bolso. Frunció el ceño al ver un número que no conocía antes de descolgar. —Te juro que como seas de una compañía de teléfonos y me hayas despertado después de trabajar toda la noche, pienso poneros una denuncia por pesados.
—Lo entiendo perfectamente. ¿Ivianne Stevenson?
—¿Si?
—Llamo del Monte Sinaí.
Se le cortó el aliento. —¿Qué le ha pasado a mi madre?
—Tranquila, está bien, pero necesita los datos de su seguro y tiene que traérselos. Al parecer no lleva la tarjeta en su cartera y…
—¿Pero qué le ha pasado? —preguntó asustada—. ¿Es grave?
—Creo que se ha roto la muñeca, señorita Stevenson. Al parecer se cayó en las escaleras del metro. En este momento la están atendiendo. ¿Puede acercarnos sus datos?
—Sí, por supuesto. Voy enseguida.
En cuanto colgó corrió a su cuarto y se puso un vestido de tirantes, unas sandalias planas y abrió el primer cajón de la cómoda donde su madre tenía todos los papeles importantes. Cogió los papeles del seguro y corrió hacia la entrada agarrando su bolso. El día empezaba estupendamente, pensó preocupadísima por su madre.
—¿Cómo que no tiene seguro? —preguntó asombrada a la chica que las interceptó cuando iban a salir del hospital—. Le di los datos y…
—Ya, pero en la aseguradora dicen que esta póliza se dio de baja ayer mismo.
Asombrada miró a su madre que angustiada negó con la cabeza. —No lo entiendo. Si me habían cambiado el turno. ¿No será por eso?
—No, mamá… No es por eso. ¡El capullo de tu jefe quería que fueras a las siete para que no le montaras el pollo ante los clientes cuando te despidiera! Te lo iban a decir hoy cuando llegaras al trabajo. —Entrecerró los ojos mirando a la chica. —Pero todavía no se lo habían comunicado.
—Ese no es nuestro problema. Soluciónenlo con su jefe. —Le plantó ante la cara una factura. —Treinta mil trescientos dólares.
—Treinta mil…—Le arrebató la hoja de la mano. —¿Tanto?
—Dios mío, hija —dijo su madre asustada—. Ya decía yo que me estaban haciendo muchas pruebas. Solo tenemos cuatrocientos en la cuenta.
—Tranquila mamá. —Miró a la chica disimulando que estaba igual de asustada. —¿Se puede financiar?
—Vengan conmigo, veremos lo que podemos hacer.
Después de dejar a su madre en casa, fue hasta la cafetería y en cuanto entró entrecerró los ojos mirando a su alrededor. En ese momento salió el encargado de detrás de la barra. —¡Eh, tú! —Furiosa se acercó caminando como si fuera a la guerra mientras él la miraba sorprendido como media cafetería que a esa hora estaba de bote en bote. —¿Le has anulado el seguro médico a mi madre antes de comunicarle su despido? ¡Se ha caído en las escaleras del metro de la que venía a trabajar y se ha roto un brazo! ¡En el hospital nos han dicho que le anularon el seguro ayer! —Agarró al tipo por la camisa y le gritó en la cara. —¿Ibas a echar a mi madre hoy?
El tipo rojo como un tomate miró a su alrededor. —¿Qué te parece si hablamos de esto en mi despacho?
—Vas a pagarme los treinta mil trescientos que ha costado su atención médica, eso te lo juro por mis muertos.
—Bien dicho —dijo alguien al fondo de la cafetería.
—No es mi responsabilidad. Ayer cuando hablé con ella por teléfono le dije que se acababa. El despido fue efectivo ayer y le dije que hoy viniera por el sueldo de la semana. No a trabajar.
—Mientes. ¡Le cambiaste el turno!
—Tu madre te diría eso porque pensaría que iba a convencerme, pero se acabó. ¡Estoy harto, siempre se está quejando de dolores y no trabaja bien!
—¿Y sabes por qué tiene dolores? ¡Porque lleva veintidós años en esta puta cafetería y la has destrozado a trabajar mientras tú tomas café en esa esquina, capullo! —Le pegó una patada en la entrepierna que le dobló haciéndole caer al suelo de rodillas. —A ver si te curan eso en el hospital, cabrito de mierda. —Él sin aliento apoyó la mano al lado de su pie y ella se la pisó con saña al salir mientras varios la aplaudían.
Suspiró mirando el resultado de su examen. Un suspenso como una catedral de grande. La señora Grant se agachó a su lado. —¿Qué te pasa últimamente, Ivi? Tus notas no tienen nada que ver con las de antes. Arréglalo, los finales están a la vuelta de la esquina.
Apretó los labios mientras su profesora se alejaba dando los exámenes a los demás. —Estupendo —dijo por lo bajo. En ese momento sonó el timbre y se agachó para coger su mochila. Molly se acercó comiendo chicle como siempre porque en clase no se podía fumar. —Hoy no puedo quedar a tomarnos algo.
—¿Tienes que ir ya a trabajar?
—Tengo que pasar por casa para ver cómo está mi madre. Antes cuando la llamé decía que le dolía el brazo.
Su amiga hizo una mueca. —¿Estás bien? Pareces cansada.
—He cogido un trabajo por las mañanas. Llevo a unas gemelas a la parada del bus y limpio la casa.
Molly se detuvo en seco. —¿Cómo que por las mañanas? ¿Y cuándo estudias? ¿Cuándo duermes?
Suspiró volviéndose mientras se ponía la correa en el hombro. —Estoy pensando en dejar las clases. Ahora necesitamos el dinero.
—No, ¿cómo lo vas a dejar? En dos meses tenemos los finales, no puedes rendirte tan cerca de la meta. —La cogió del brazo con cariño. —Eres la única que me comprende y me apoya desde el principio. Ahora me toca apoyarte a ti, no pienso dejar que abandones cuando ya rozas tu título con la yema de los dedos. —Se acercó y susurró —Además no pienso dejar que me dejes sola con esos niñatos de veinte años que están todo el día chateando. —Cogió sus manos. —No puedes dejarme.
—Como has dicho no tengo tiempo para nada. Y a esos niñatos solo les llevas cuatro años.
—Con esas edades cuatro años es como un siglo, lo sabe todo el mundo. —Hizo una mueca. —Igual si encontraras otro trabajo… Uno mejor pagado… Así no tendrías que dejar las clases. Recuerda que esto lo haces para prosperar.
Caminaron hasta la puerta. —Ya lo he intentado todo. ¿Crees que quería el trabajo de las mañanas? Si antes casi ni tenía tiempo para estudiar porque dormía por las mañanas, pero no me ha quedado otra. Como si lo del hospital no fuera poco, el casero nos envió una carta para subirnos el alquiler cien pavos al mes.
—Hija, últimamente estás gafada. —Se apartó un mechón de su cabello negro tras la oreja. Sus ojitos castaños chispearon. —Pero tu suerte va a cambiar porque tu amiga Molly te va a hacer un favor que me vas a agradecer toda la vida.
—Uy, uy… Yo paso.
—Eh, que no es de lo mío —dijo por lo bajo.
—¿Seguro? Yo de lo tuyo nada. —Su amiga apretó los labios. —Que no quiero decir que tú con tu cuerpo no hagas lo que te dé la gana, pero…
—Entiendo lo que quieres decir. No es lo que soñaba de niña, ¿sabes?
—Sé que lo haces por tu hijo. No te juzgo, Molly —dijo preocupada.
Molly sonrió. —Sé que no lo haces. Y no es de lo mío, tonta. Sé que prefieres dejarte las manos limpiando a hacer lo que hago yo.
—¿Entonces? —preguntó esperanzada.
—Tengo un cliente fijo que una noche me comentó que trabajaba en el Mistero. ¿Sabes lo que es?
—Una discoteca de moda.
—Exacto. Es uno de los hombres de seguridad del jefe y por lo visto ni tiene tiempo para ligar, así que me llamó por recomendación de un amigo hace unos meses. Después es de los que les gusta hablar y hace unos días dijo que si quería un trabajo en la discoteca, que no le vendría mal tenerme a mano. Yo me reí porque paso de estar toda la noche poniendo copas cuando en una hora gano casi el triple. Él dijo que era una pena porque estaban buscando chicas. Al parecer no duran mucho porque casi todas son universitarias que quieren pasta y en cuanto ahorran un poco lo dejan, así que siempre buscan gente. Y alucina, pagan doscientos la noche y abren todos los días.
—¿Todos los días? Eso son mil cuatrocientos a la semana —dijo impresionada.
—Más propinas, que son para morirse, guapa. El tipo de ayer me dijo que se llevaban más de propinas que de sueldo. Y si se cumplen unas ventas el jefe les da primas. Así las anima a que den vidilla en el local. Es un tío listo, así sus empleados se implican y más gana él.
—¿Y sabes a dónde tengo que ir?
—El tipo me dijo que si cambiaba de opinión le llamara. —Miró su móvil. —Apunta. —A toda prisa cogió su móvil y marcó el número que le decía su amiga. —Se llama Jim.
—¿Le llamo ahora?
—¿A qué esperas?
Algo nerviosa se puso el teléfono al oído y cuando contestaron la miró a los ojos. —¿Jim? Soy Ivi, una amiga de Molly a la que le interesaría el trabajo que le ofreciste hace unos días. —Separó los labios de la impresión. —¿Ahora? ¿Ahora mismo? Sí, voy para allá. En la treinta y nueve oeste. Sí, sé dónde está. Gracias, gracias.
Emocionada colgó y abrazó a Molly. —Gracias.
—De nada, así no me dejarás colgada.
—Eres la mejor.
—Hala corre.
—Gracias. —Salió corriendo y Molly sonrió antes de darse cuenta de que su amiga llevaba unos vaqueros y una camiseta de tirantes. Esperaba que vieran su potencial porque con esa ropa parecía una quinceañera.
La puerta roja del local medía al menos cuatro metros y estaba tallada con un gran laberinto, pero lo más interesante era que estaba cerrada y se preguntó si habría otra. Rodeó el edificio entrando en un callejón y sonrió al ver una puerta de hierro que estaba abierta porque un proveedor estaba metiendo el carrito cargado con cajas de whisky.
Le siguió sin que se diera cuenta y cuando empujó una puerta abatible el chico giró hacia su derecha y fue por un pasillo hacia una puerta que ponía almacén. Seguro que allí no estaba el encargado. Miró a su izquierda donde había otro pasillo y lo siguió. Había unas escaleras que descendían. En el cartel de la pared ponía vestuarios, así que las pasó de largo. Encontró varias puertas, pero parecían cerradas. Alargó la mano a uno de los pomos para comprobarlo cuando escuchó voces al final del pasillo y miró hacia allí. Dejó caer la mano y fue hasta la puerta doble que se abrió a su paso. Sorprendida separó los labios viendo lo grandísimo que era el local. Caminó hacia el centro de la pista sin darse cuenta y miró hacia arriba. Era como estar en una gran bola de nieve y fascinada miró más arriba donde había una gran cúpula de cristal plagada de enormes estrellas que se movían en ese momento como si la bola girara.
—¿Quién coño eres tú?
Sobresaltada se giró para no ver a nadie. La luz estaba sobre ella y las mesas quedaban en penumbra. —Soy Ivi. Vengo por el trabajo. —Entrecerró los ojos intentando ver quien era. —¿Todavía hay trabajo?
—¿Cuántos años tienes?
Que voz más sexy. Sin darse cuenta pasó la lengua por su labio inferior. —Veinticuatro, y tengo mucha experiencia como camarera.
—¿No me digas? —preguntó como si no se creyera una palabra—. ¿Sabes hacer un Manhattan? ¿Un Bloody Mary? ¿San Francisco? ¿Margarita? ¿Gin-tonic?
Mierda. Ese era un lugar pijo, tenía que haberlo previsto. —Aprendo muy rápido.
—No me vales.
Sintió una decepción enorme y dio un paso hacia la voz. —Por favor, necesito el dinero. Me dejaré la piel, se lo juro. Pruébeme y si no le gusto no tendrá ni que pagarme. —Se hizo el silencio y eso la puso muy nerviosa. —¿Oiga? ¿Sigue ahí?
—Vuelve a las nueve y media. Dile a Peter que te envía Douglas.
Ivi sonrió. —Gracias. No le fallaré, se lo juro.
—No me jures. Ahora vete —dijo como si le hubiera enfadado.
—Sí, claro. —Se volvió a toda prisa para salir por donde había llegado.
—Ivi. —Miró hacia la voz expectante. —Aunque vas a llevar uniforme no vengas vestida así. No quiero que piensen que trabajamos con menores.
Se puso como un tomate. —Sí, claro. Lo siento.
—Vete.
Al parecer el encargado no tenía muy buen carácter, pero era lógico si dirigía un local así. Al ver que descendía un caballito de tiovivo fascinada se detuvo hasta que el caballito descendió justo encima de su cabeza. Tenía las riendas doradas como uno al que se había subido cuando era pequeña. El caballito empezó a girar y separó los labios girándose a su vez. Era mágico.
—¡Ivi! ¡Sal de ahí!
Se sobresaltó volviéndose hacia las mesas y se puso roja como un tomate. —¡Lo siento, lo siento! —A toda prisa fue hasta la puerta. ¿Qué le pasaba, era tonta? Le habían dicho que se largara y ella soñando. De repente sonrió mientras las puertas se abrían automáticamente. Lo había conseguido.
—¿Cómo que una discoteca? —gritó su madre escandalizada.
—Mamá, pagan muy bien y necesitamos el dinero. Solo será un tiempo mientras te recuperas y pagamos las deudas —dijo sacando un vestido negro que le había regalado su prima en su último cumpleaños. Ni lo había estrenado. Se lo puso delante mirándose al espejo que tenía colgado en la pared.
—Pero hija…
—¿Crees que es demasiado? Fibi es algo exagerada. Me lo pondré con la cazadora vaquera.
—Trabajar de noche es peligroso.
—Mamá llevo un año trabajando de noche.
—¡Pero en unas oficinas! A las discotecas va gente de mal vivir.
—Mamá…
—Alcohol, drogas… —Su madre estaba escandalizada. —Me ha costado mucho criarte para que ahora te pierdas entre esa gente.
—Yo voy a servir copas y a casa, mamá. No voy a beber, no voy a tomar drogas que por otro lado si quisiera tomarlas solo tengo que ir a la esquina y pedírselas a Leroy —dijo divertida.
—Muy graciosa.
Dejó caer el vestido sobre su cama y sonriendo la abrazó. —Iré a trabajar para ganar dinero y si va bien puede hasta que ahorremos.
—¿Tanto te pagan?
Parpadeo. —Pues la verdad es que no me lo han dicho, pero Molly…
—¿Molly? —Ahora sí que la encerraba en casa. —¿La prostituta que va contigo a clases? ¿Esa Molly?
—Esa.
—Anda, anda vete a limpiar las oficinas que la tenemos…
—¡Mamá! ¡Ya no tengo tiempo para estudiar con los dos trabajos y las clases! ¡Necesitamos el dinero y voy a ir! —Cogió el vestido y decidida fue hasta el baño.
—Pero hija…
En la puerta se volvió. —No va a pasar nada, ya soy mayorcita.
Emily apretó los labios mirándola preocupada con sus mismos ojos azules. —Prométeme que no te meterás en líos y si ves cosas raras te irás de inmediato.
—Mamá, es un local de lujo en el centro. ¿Qué cosas raras pueden pasar?
Capítulo 2
Mirando el minivestido de colores que tenía que llevar se quedó helada. Lo cogió del perchero. Con aquella tela tan ligera se le iba a notar que no llevaba sujetador.
—Hoy toca circo —dijo el ayudante del encargado que para su sorpresa parecía uno de esos trajeados que trabajaban en Wall Street. Y encima era guapísimo con ese pelo castaño repeinado hacia atrás y esa sonrisa picarona—. Así que date prisa que la maquilladora aún tiene que darte un repaso —dijo como si tuviera prisa indicándole que entrara en el vestuario.
Ella le siguió. —¿Maquilladora?
En ese momento salió del vestuario una chica que parecía una modelo de Vogue y asombrada se giró para seguirla con la mirada. No tenía uno de sus rizos fuera de su sitio y la mitad de su cara estaba pintada con rombos de colores como los del vestido que por cierto parecía estar hecho para ella. Menudas piernas. ¿Todas eran así? Porque ella parecería un tapón a su lado.
—Los vestuarios están ahí —dijo mirando su reloj—. Tienes media hora. Al principio está algo flojo pero la cosa se anima a las doce. Que Deborah se encargue de ti esta noche —dijo antes de alejarse para empezar a subir las escaleras.
—¿Deborah?
El tío no le hizo ni caso y corrió escaleras arriba tras él. —Perdone, no he firmado el contrato. Necesito seguro médico, ¿sabe? ¿No tenemos seguro médico? —Al llegar arriba no le vio en el pasillo. ¿Dónde se había metido? Caminó varios pasos y vio que el despacho donde le había encontrado cuando había llegado estaba cerrado. —¿Señor? —Giró el pomo y sí, estaba cerrado. —Mierda. —Se volvió y casi se choca con alguien. Al levantar la vista se le cortó el aliento al ver los ojos verdes más hermosos que había visto jamás. —Lo siento —balbuceó dando un paso atrás mientras él fruncía el ceño mirándola de arriba abajo. Dios, ese sí que era todo un hombre. Debía medir uno noventa y era del tipo que no le tenía miedo al gimnasio. Y los morenos siempre habían sido su debilidad. Puede que muchas consideraran que Peter era más guapo, pero para ella tenía un atractivo que le ponía el estómago del revés. Y como le sentaba el traje, ni se quería imaginar cómo era lo que había debajo. Volvió a mirar sus ojos sonrojándose porque se le había quedado mirando. —No le había visto.
—Llegas tarde.
Le dio un vuelco al corazón. Era la misma voz, él la había contratado. No quería que se llevara una mala impresión de ella, así que dijo rápidamente —He llegado a tiempo, pero ese Peter me ha hecho esperar bastante y después me ha preguntado qué quería. Me ha hecho mil preguntas de mi experiencia y…
—Jefe…
Este se volvió. Por el pasillo llegaba un tipo con pinta de matón y se acercó a él a toda prisa. —Me faltan dos para la zona vip. Tienen la gripe primaveral esa que no deja de darnos la lata.
—Soluciónalo —siseó—. Los clientes tienen que sentirse seguros para divertirse.
—Llamaré a Carl.
Le fulminó con la mirada. —Ya tenías que haberlo hecho. —Se volvió para mirarla y levantó una de sus cejas negras. —¿Estás aquí todavía?
—Oh… —Soltó una risita. —Pues sí porque… —¿Y ahora qué decía? ¿Que la había dejado tan impresionada que ni había podido moverse? ¡Piensa Ivi! —¡Quería darle las gracias!
Él chasqueó la lengua pasando a su lado para ir hacia las puertas que se abrieron en ese momento a su paso. —¡Gracias! —exclamó entusiasmada. ¡Iba a trabajar con ese hombre! Le había tocado la lotería discotequera—. ¡No le fallaré!
Douglas se giró para mirarla a los ojos y su corazón dio un brinco. —Esta puerta se cierra en veinte minutos y la llave de acceso solo la tenemos Peter y yo. Tú verás si estás a ese lado o a este lado.
—Oh… —Abrió los ojos como platos. —¡Oh…! —Salió corriendo hacia las escaleras.
Llegó al vestuario en tiempo récord a pesar de los tacones que se había puesto. Buen método para que nadie llegara tarde. En cuanto abrió la puerta se detuvo en seco porque no había nadie. —¡No, no! —Corrió hasta las taquillas y vio que varias estaban abiertas. Metió sus cosas dentro y se quitó el vestido sin pensar mucho más en lo que se ponía y fue hasta la zona de maquillaje. —¿Hola? ¡Estoy aquí! —Con el corazón a mil se dijo que no podía perder ese trabajo. Gimió mirando todo aquel maquillaje y recordando el que llevaba aquella chica se sentó en la silla. —Vamos allá.
Cuando las puertas se abrieron a su paso suspiró del alivio. Sudaba y todo. Esperaba que el maquillaje no se le corriera en churretones por toda la cara. Al ver el local dejó caer la mandíbula del asombro porque la bola de nieve había desaparecido y en su lugar había en el techo lo que parecía una carpa de circo del que caían trapecios y un tío estaba practicando sobre una cuerda con lo que parecía una bicicleta en miniatura. Sí que se lo curraban. Hablando de currar… Miró a su alrededor y ahora que las luces de los laterales estaban encendidas vio las seis barras que rodeaban la pista de circo. Corrió hacia una de ellas sin ver como el grupo de hombres que estaban al lado del disc-jockey se volvían para mirarla y preguntó a la chica —¿Deborah?
Señaló con el dedo hacia arriba e Ivi levantó la vista para ver que había un segundo piso. Leche, aquello era enorme. —¿Las escaleras?
Su compañera sonrió divertida. —A tu derecha.
—Gracias. —Echó a correr. —¡Soy Ivi!
—¡Marcia!
—¡Un placer! —Llegó a las escaleras y pensó que debía estar muy bien de forma para subirlas tan aprisa después de no haber pegado casi ojo en dos días. Y lo que le quedaba porque esa noche tampoco iba a dormir. Cuando llegó a la barra respirando agitadamente vio a una morena guapísima que colocaba unos vasos. —¿Deborah?
Esta puso una mano en la cintura. —Chica, vas con la lengua fuera. Eso sin hablar de la teta.
—¿Qué? —Se miró el pecho y chilló de la sorpresa al ver que casi tenía un pecho fuera y que se le veía un pezón. Se tapó como pudo mirando a su alrededor. —¿Crees que me ha visto alguien?
Su compañera se echó a reír. —Ni idea.
Negó con la cabeza porque eso no podía ser. —No, seguro que no porque Marcia no me ha dicho nada.
—Entonces es que no porque Marcia es muy maja. No como otras —dijo mirando con rencor a la barra de abajo que había justo en frente—. Cuidado con esa. Martha es una zorra de cuidado.
Rodeó la barra a toda prisa acercándose, mejor no meterse en sus líos. —Tengo que pedirte un favor.
—Dime.
—No sé mucho de cócteles. Lo que he leído de camino aquí.
—Tranquila, que aquí es zona vip y solo piden champán, whisky y algún cóctel, pero de eso me encargo yo.
—¿Los vips? —preguntó nerviosa—. No puedo fallar, ¿sabes? Necesito este trabajo.
—No te preocupes, que siempre nos dan unos días para rodar. A no ser que la cagues muchísimo no te echarán.
—Qué alivio. Hoy es jueves, supongo que no habrá mucha gente.
Deborah la miró divertida. —Esto es Nueva York, chica. La ciudad que nunca duerme.
Ella sí que no había dormido. —Podré con ello —dijo convencida.
—Claro que sí. Además te han dado un puesto estupendo. Aquí las propinas son mucho mejores que ahí abajo. —Se acercó y le susurró al oído —No es como en otros sitios. Aquí lo que ganas es para ti. No repartimos entre todas.
—¿De veras? —Sus ojos brillaron. —¿Por qué?
—Para que te esfuerces, cielo. Para que te esfuerces… La política del jefe es premiar nuestro esfuerzo. Así ha convertido este cuchitril en la mejor discoteca de Manhattan.
Como colocaba los vasos Ivi se puso a hacer lo mismo. —¿Cuchitril?
—Esto antes era un teatro que se caía a pedazos. El señor McKeown estaba pelado después de comprar el local y lo reformó él mismo con su primo y unos amigos.
—Vaya, es admirable.
—Sí que lo es. Durante dos años todo lo reinvertía en el local teniendo nuevas ideas e incorporándolas para no aburrir a la clientela.
—¿Llevas mucho aquí?
—Casi dos años. Mi primo me consiguió el trabajo y hasta que estos pies aguanten no lo cambio por nada. No ganaría lo mismo en ningún sitio.
Sonrió porque ella estaba contenta.
—Y no te dejes envenenar por las malas lenguas. Mucha envidia es lo que hay. El jefe es el mejor. Pero ojo porque tiene muy mala leche cuando se enfada.
—Ah, que está por aquí.
—Claro, controla todo el tiempo. Ya sea en el local, ya sea en su despacho. —Señaló en frente donde había un cristal. —La llamamos la pecera. Él nos ve aunque nosotros no podemos verle. Además hay cámaras por toda la discoteca y tiene monitores en su despacho. Si te llama allí ponte a temblar porque es que está cabreado y quiere pegarte gritos a gusto porque está insonorizado. De allí a la calle. No se ha salvado ni uno.
—Bien.
—Mírale, ahí le tienes —dijo mirando hacia abajo—. Va hacia el ascensor.
Cuando vio pasar a Douglas se quedó sin aliento. —¿Él es el jefe? Pensaba que era un encargado o algo así. Y que Peter era su ayudante.
—El jefe supremo. Su primo Peter es el encargado, aunque hace más de relaciones públicas, le va más ese rollo —dijo como si estuviera molesta—. Es su prima Cecilia quien se encarga de las compras y eso.
—Así que trabaja con la familia —dijo sin quitarle ojo a Douglas que entraba en el ascensor de cristal.
—Sí, y le adoran.
Él miró hacia ellas y sus ojos se encontraron. Avergonzada apartó la vista y balbuceó intentando disimular —Es joven para haber conseguido todo esto.
—Treinta y cuatro años cumplió en junio. Menuda fiesta se hizo. Y no se va a quedar aquí, ¿sabes? Está en tratos para comprar un hotel en el centro. —En ese momento empezó a sonar la música y Deborah sonrió. —¿Lista? ¡Empieza la fiesta!
Sirvió otra botella de champán en la mesa seis y le guiñó un ojo a uno de los cantantes de moda que se echó a reír tendiéndole un billete de cincuenta pavos. —Que la botella me la carguen en cuenta.
—Gracias. —Sonrió radiante regresando a su puesto. Metió el dinero en el vaso que tenía escondido bajo la barra y Deborah le guiñó el ojo metiendo la suya en el vaso del otro extremo de la barra para no confundirse. Se encontraron en el centro. —Me han pedido una cita —dijo Deborah emocionada. Hizo un gesto con la cabeza y disimuladamente vio que era Matt Curtis. Un actor de uno de los culebrones de la tele. Las del barrio no dejaban de hablar de él.
—Pues pídele un autógrafo para mi madre.
—Anda ya.
—Ivi.
Se volvió y perdió la sonrisa al ver a Douglas al otro lado de la barra. Mierda, ya la había fastidiado. —¿Si?
Le hizo un gesto con la cabeza para que fuera al final de la barra y lo hizo mientras Deborah les miraba de reojo. Él se acercó lo suficiente como para oler su colonia y pensó que se moría de la impresión antes de mirar sus ojos. —¿Si?
—No llevas sujetador.
Se puso como un tomate. —Es que no llevaba y…
—Esto no es un bar de carretera, ¿me oyes? Este es un local con clase.
Quería morirse de la vergüenza. —Lo siento.
La fulminó con la mirada. —Que no vuelva a pasar.
—No, claro que no.
Cuando regresó con Deborah esta le preguntó —¿Qué pasa?
—No llevo sujetador.
—¿Y? —Frunció el ceño por su pregunta. —Como la mitad de las camareras que hay aquí. —Miró su pecho. —Aunque las tuyas son algo más grandes y llaman más la atención. Tranquila, tendrá un mal día.
Al volverse le vio hablando con el actor y la miró de reojo mientras daba una palmada en su espalda. El jefe se incorporó antes de señalar la cubitera. A toda prisa cogió otra botella de champán y se la acercó. —A esta invita la casa, Matt.
—Gracias amigo. —Le guiñó un ojo a Ivi que se puso como un tomate mientras abría la botella de champán. El movimiento hizo que sus pechos rebotaran y al ver que Matt no les quitaba ojo quiso que se la tragara la tierra, pero sonrió volviéndose mientras su jefe gruñía. Bueno, si los había visto moverse es porque él también había mirado y eso la hizo sonreír más ampliamente sin darse cuenta.
—Lo has hecho muy bien —dijo Deborah contando las propinas de esa noche mientras ella terminaba de limpiar su parte de la barra.
—¿De veras?
—En cuanto le cojas el punto al daiquiri serás la reina de la fiesta. —Hizo una mueca terminando de contar. —No está mal, trescientos.
—¿Trescientos? —preguntó asombrada corriendo hasta su vaso para coger las propinas. Al ver la cantidad de billetes que tenía sus ojos brillaron. —Adoro este trabajo.
Deborah riendo se acercó y cuando terminó de contar la miró con los ojos como platos. —Cuatrocientos cuarenta.
—Estupendo, me ha ganado una novata. —Sonrió. —Felicidades. Le has caído bien a Matt y ese es un cliente de primera.
Preocupada perdió algo la sonrisa. —Pero me has dado esa zona y…
—Tranquila. Un día ganas tú más y otro día lo gano yo. Somos un equipo y si mañana se sienta allí porque tus mesas estén ocupadas seré yo quien le atienda.
Suspiró del alivio porque no se lo tomara a mal. —Así que somos un equipo.
—Exacto. —Miró a su derecha donde estaba la otra zona vip. —Ellas son nuestras rivales. Y lo que tenemos que conseguir es que vengan tres árabes que siempre se sientan allí.
—¿Árabes?
—Están forrados de pasta y dejan unas propinas impresionantes. Una vez dejó a Lisset seis mil pavos por hacerle reír.
Separó los labios de la impresión. —Seis mil…—Frunció el ceño. —¿Y si somos un equipo por qué no repartimos lo que ganamos? ¿Y si yo gano seis mil con un cliente tuyo? Eso no es justo, ¿no? ¿Tú lo has trabajado y yo me llevo la pasta?
Deborah frunció el ceño. —Pues es verdad, pero es que aquí siempre se hace así para fomentar…
—Sí, que nos entreguemos al trabajo. Pero no me parece justo. Seguiremos esforzándonos igual. —Cogió cien pavos y se los tendió. —Toma.
—No, no. Empezamos mañana.
—¿Seguro?
Sonrió y asintió. —Seguro. Venga, vamos a cambiarnos que tengo los pies molidos.
A ella le pasaba lo mismo y sin cortarse se quitó los tacones para bajar las escaleras. Los de la limpieza ya estaban realizando su trabajo y al cruzar la pista le pidió perdón a una de las chicas que sonrió sin darle importancia. Con los zapatos en la mano miró hacia la pecera sin poder evitarlo. ¿Estaría allí todavía? No, seguro que no. Eran casi las cinco de la mañana y habían cerrado a las cuatro que fue cuando Peter había ido a recoger la recaudación, así que seguro que se había ido mientras ellas se encargaban de recoger todo para el día siguiente. Las puertas se abrieron a su paso y preguntó a Deborah —¿Y quién carga las cámaras frigoríficas?
—Revisan lo que hemos gastado y se repone por la mañana. Tranquila, que mañana por la noche tendremos de todo. Oh, por cierto, ¿qué día descansas?
Se detuvo en la escalera a los vestuarios. —Pues no me han dicho nada.
—Yo lo hago el martes. ¿Qué te parece el miércoles? Así estaré descansada para darlo todo.
—¿No tengo que hablarlo con Peter?
—Sí claro, pero no habrá problema. Le gusta que lo arreglemos entre nosotras.
—Pues el miércoles.
—Genial.
—Dios, ¿el martes estaré sola?
Empujó la puerta del vestuario donde varias se estaban cambiando. —Tranquila lo harás bien. Se nota que sabes tratar a los clientes. —Miró a las demás. —Ella es Ivi.
—Hola —respondieron varias a la vez excepto una chica que estaba sentada ante el espejo desmaquillándose y cuando apartó el algodón vio que era Martha, la camarera sobre la que le había advertido Deborah.
Fue hasta su taquilla.
—Así que eres nueva —dijo la chica que parecía modelo a la que había visto al llegar.
—Sí, y lo he conseguido. —Divertida metió el dinero en su bolso.
Varias se echaron a reír. —Sí, la primera noche es la peor. Te comen los nervios. —La chica sonrió. —Por cierto, me llamo Cora.
—¿Eres modelo?
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