Regresa Megan Maxwell con una novela romántico-erótica tan ardiente que se derretirá en tus manos.
Sexo. Familia. Diversión. Locura.Vuelve a soñar con la nueva novela de la autora nacional más vendida...DESCARGAR AQUÍ
LA ESCLAVA DEL VIKINGO de Sophia McCarty pdf
LA ESCLAVA DEL VIKINGO de Sophia McCarty pdf descargar gratis leer online
Freydis ha sido una tiranizada durante bloque su vida y en la vida ha aguardado a rebosa más y más, aunque en el nĂşcleo de su osadĂa, acaricia el intimidad del delfĂn del jarl, pero su reserva hace que eso sea un inaguantable.
Sin dificultad, todo rectifica cuando su pueblo es abordado por un tribu enemigo, y freydis se arroga otra identidad, facultad por la que destruye sirviendo arrestada y trinchada remotamente de su fuego.
En dividido de intereses, disputas de reemplazo y el extendido ilusiono que alerta en ella, thorsten, el dirigente del clan tirante, freydis traslucirá los secretos de su conforme atravesado.
CapĂtulo 1
La temporada de invierno se acerca lentamente. La luz y la duraciĂłn del dĂa se acortan con cada dĂa que pasa. El frĂo, mientras tanto, se vuelve más agudo, más mordaz. Los hombres regresan a puerto de su viaje, trayendo consigo las provisiones que todos necesitaremos para pasar la temporada de frĂo. Una vez amarrados, los barcos permanecerán en el puerto hasta que vuelva la primavera. Pronto el mar se enfurecerá, el viento soplará, la nieve caerá, mi tierra descansará y apenas saldremos del pueblo.
Como cada dĂa que ha marcado mi vida desde que tengo uso de razĂłn, me levanto y me pongo rápidamente el vestido de lana por encima del camisĂłn. Luego me pongo los zapatos, todo con la mayor discreciĂłn posible para no despertar a mis compañeras de habitaciĂłn ni a los dueños de la casa.
Me muevo con cuidado en la oscuridad hasta el vestĂbulo, el salĂłn principal de la casa, y añado varios troncos al hogar antes de que el fuego se apague. Viendo que el suministro de leña disminuye, salgo a buscarla, sin olvidar llevarme mi capa de lana para el camino. Aunque estoy acostumbrada a las temperaturas bajas, no puedo evitar estremecerme al sentir el viento frĂo que me muerde la piel.
Recojo rápidamente la leña para que me dure el dĂa antes de volver a la casa para guardarla. En el camino de vuelta, me encuentro con Alma, una esclava como yo. Es cierto que, a una hora tan temprana, solo los esclavos están fuera.
Una vez terminada mi primera tarea del dĂa, voy a despertar a Frida, nuestra cocinera, para que empiece a cocinar antes de que se despierten el conde y su familia.
Vuelvo a nuestra habitaciĂłn en silencio para dejar que Ragna, mi mejor amiga, duerma unos momentos más antes de levantarme a cuidar de Haagon. Es el niño de diez años más temperamental que conozco. Pero Ragna no puede decir nada, porque Haagon es el segundo hijo de nuestro poderoso jarl, Jorund. Es un importante y reconocido lĂder de clan aquĂ en Dinamarca. TambiĂ©n es temido en muchas zonas de los alrededores. Y nosotros tambiĂ©n le tememos, ya que nuestra posiciĂłn de esclavos nos hace vulnerables a veces. Varias veces Ragna ha sido castigado por los errores cometidos por Haagon.
—Frida, Frida —susurré, sacudiéndola suavemente para ayudarla a despertar.
—Está bien, Freydis, estoy despierta ¿y Ragna? —pregunta.
—TodavĂa está durmiendo, ser la esclava de Haagon no es fácil —dije simplemente.
—Y sus tareas… tiene que recoger plantas medicinales para curar la herida de nuestro jarl, si…
—No te preocupes, Frida, Bergthora me enseñó lo que tenĂa que traer. De todos modos, soy una estudiante más diligente que Ragna —le cortĂ© con un encogimiento de hombros.
—No se da cuenta de la suerte que tiene de tener una amiga como tú, querida —terminó Frida levantándose.
—Las dos tenemos suerte —le dije a Frida antes de salir con mi cesta en la mano.
Enfrentándome de nuevo al frĂo de la mañana, me dirijo a la cresta que domina el puerto. Tengo razĂłn, tengo suerte de tener a Ragna. Es mi amiga más fiel, la conozco de toda la vida y no puedo contar las veces que dio la cara por mĂ cuando era niña. Su madre me alimentaba y me vestĂa como a una de sus hijas. Y la habĂa llorado como una hija llora a su madre cuando muriĂł el año en que cumplimos los catorce.
Sin darme cuenta, ya estoy en la cima de la cresta. TodavĂa me sobrecoge la visiĂłn del mar embravecido. El fuerte y vigoroso oleaje choca con las afiladas rocas de la costa danesa. El viento silba en mis oĂdos y mi capucha cae hacia atrás. El rocĂo del mar me azota la cara y el viento juega con mi largo cabello castaño.
Este escarpado y salvaje territorio es tan hermoso como el pueblo vikingo que lo habita.
Perdida en mi contemplaciĂłn de la naturaleza y del ocĂ©ano embravecido, no oigo a la persona que viene detrás de mĂ. Cuando por fin siento su presencia, ya es demasiado tarde. Me atrae contra su pecho, rodeando mi cintura con uno de sus brazos. Me pone la otra mano sobre la boca para que deje de gritar. Lucho como puedo mientras nos tira al suelo. Rodamos por el suelo endurecido por la escarcha, lo que sin duda me dejará unos cuantos moratones.
Empiezo a asustarme seriamente cuando oigo reĂr a mi agresor. Le muerdo la mano, lo que hace que la suelte.
—Qué salvaje eres, mi querida Freydis —dijo mirando la mano que acababa de morder.
—Ulrik —respiré, sentándome, sin poder decir nada más.
Siempre me siento muy incómoda en su presencia, lo que siempre le divierte mucho. Sin embargo, nos conocemos de toda la vida. Pero con el tiempo, el niño enclenque se ha convertido en un joven apuesto, alto y fuerte. Se        ha convertido en uno de los hombres más guapos del pueblo y todas las chicas intentan conquistarlo. Es más, además de ser un excelente guerrero, Ulrik es el hijo mayor de nuestro jarl. Luego sacudo la cabeza para volver a poner mis pensamientos en su sitio.
—Perdona Ulrik, tengo que recoger unas plantas medicinales para curar la herida de nuestro jarl, tu padre—-dije intentando levantarme.
—Freydis, deja de poner distancia entre nosotros, no ves… —empieza, pero no le dejo terminar.
—No, Ulrik. —Bajó inmediatamente la mirada debido a mi tono algo cortante, y luego reanudo con más suavidad—. Por favor, discúlpame, pero debo cumplir con mi deber. No quiero que nuestro jarl sufra por mi culpa.
Esta vez Ulrik suelta su agarre sobre mà y me deja levantarme. Hago mi trabajo y recojo las últimas plantas que necesito bajo su ardiente mirada. Siempre he sentido algo por él, como muchas de las chicas del pueblo. Y sé muy bien que mi condición de esclava me impide esperar cualquier posibilidad de futuro con él.
—¿No vas a volver al pueblo? —preguntĂ© incĂłmoda, preguntándome quĂ© pensarĂan los demás de que volviĂ©ramos juntos de la cresta a una hora tan temprana.
—¿Te preocupa tu reputación, bonita Freydis? —me pregunta seriamente.
En cierto modo no se equivocaba. Algunas chicas podrĂan intentar hacerme daño si lo supieran. Cuando se trata de mi reputaciĂłn, solo me importa lo que yo pienso.
—Me preocupan más los tuyos que los mĂos —intentĂ© evadirme.
—TranquilĂzate, Freydis, los hombres me envidiarĂan por haber hecho mĂa a la mujer más bella de nuestra aldea y de las aldeas vecinas —dijo, clavando sus ojos grises como la espuma del mar en mis ojos verdes.
Me quedo paralizada mientras Ulrik se acerca a mĂ. SĂ© que deberĂa moverme, pero no puedo. Su cálida mano se posa en mi mejilla, cubriendo mi piel de escalofrĂos. Para reaccionar y salir del agarre de este hombre fuerte y robusto, giro la cabeza hacia el ocĂ©ano sin romper el contacto con su mano.
Pero ya no escucho lo que dice… vienen barcos… y no son nuestros, porque están todos en el puerto.
Sin más preámbulos, le pongo la mano en la cara y le hago girar hacia los barcos que vienen hacia nosotros. Siento que Ulrik se pone rĂgido.
—Escúchame, corre a la aldea, avisa a mi padre y pon a los niños y a mi madre a salvo en el bosque —dijo.
Asiento con la cabeza, pero justo cuando estoy a punto de irme, Ulrik me atrae violentamente contra Ă©l y coloca sus labios con fuerza sobre los mĂos. El breve contacto dura solo unos segundos, pero mi corazĂłn está a punto de fallar.
—CuĂdate mucho, Freydis, y no te preocupes, te encontrarĂ© —dijo antes de dejarme ir.
CapĂtulo 2
Corro tan rápido como mis piernas pueden llevarme. Tengo que poner a los niños a salvo. Solo este pensamiento me motiva a ir tan rápido como soy capaz. Cuando entro en la casa de nuestro jarl Jorund, todos los ojos están puestos en mĂ. Tengo el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas por el frĂo y me falta el aire como si hubiera corrido para evitar a los demonios. Consigo explicar lo que he visto y lo que ha pasado sin mencionar a Ulrik. Aunque nuestro jarl está herido, da Ăłrdenes con vigor a su caudillo, que nunca está lejos.
Jorund quiere participar en el combate, pero, dado el estado de su herida, su madre y su esposa le desaconsejan y consiguen convencerle de que se ponga a cubierto tras unas negociaciones que parecen interminables. Pero en cuanto le dan la espalda, sigue a su caudillo, con el hacha en la mano.
Inga, su esposa, tambiĂ©n le da Ăłrdenes. En caso de ataque durante la temporada de frĂo, las opciones son pocas y sencillas. Refugiar a los que no pueden luchar y defender la aldea, y armar a los demás.
Mi papel es simple, como esclava de la casa del Jarl, debo cuidar de Eivor, la más joven y Ragna de Haagon. Pero este último no se encuentra en ninguna parte. Como no tengo tiempo para preocuparme, corro a la habitación de los niños cuando se oyen los primeros gritos en la distancia, señal de que nuestros atacantes se están acercando.
—Eivor, Haagon, Eivor, Haagon —susurré para despertarlos—. Soy yo Freydis, debemos irnos y rápido.
—Yo… Eres tĂş… Freydis, … —me responde una voz pequeña y angustiada.
—Sà —dije, tranquilizado—, no tienes nada que temer, estoy aquĂ, vamos.
Una pequeña cabeza rubia sale de debajo de la cama y se lanza a mis brazos. Sus ojos están enrojecidos por las lágrimas del miedo. Me tomo el tiempo de abrazarla para tranquilizarla. He estado cuidando de ella desde que naciĂł. Bergthora, la madre de nuestro jarl querĂa una joven esclava para que la cuidara y ayudara a su madre. Fue un gran honor para mĂ. Me arrodillo para estar a su altura.
—Eivor, ¿dónde está Haagon? —pregunté con calma para no asustarla más.
—Yo… no lo sĂ© —responde ella, oliendo.
—No es nada, probablemente estĂ© a salvo con algunos miembros del clan. Eivor, escĂşchame. Vamos a tener que ir a escondernos en el bosque. ÂżRecuerdas la cueva? —Ella asiente y yo continĂşo tan tranquila como siempre—. Una vez que estĂ©s fuera, solo me miras a mĂ, Âżverdad? —TerminĂ©, mirándola directamente a los ojos.
—Vale —murmura débilmente.
Mientras le visto rápido y la abrigo, le explico que, si nos atrapan o separan, tendrá que correr sola a la cueva.
Una vez que Eivor está lista, la tomo de la mano y salimos por la cocina, que da a la parte trasera de la casa. En el exterior, no hay duda de que estamos bajo el ataque de otro clan vikingo. Esto me sorprende porque nuestro jarl es temido y respetado.
Los más vigorosos de nuestros hombres y mujeres han tomado las armas para repeler a este enemigo que parece haber llegado en masa.
Nos resulta difĂcil avanzar en el pueblo, a veces nos escondemos y otras veces rozamos las paredes. Mi capa está cubierta de sangre, lo que atestigua la violencia de los combates. Intento en lo posible proteger a Eivor de estas horribles visiones, de las que probablemente yo misma tenga dificultades para recuperarme.
Por un momento tengo la inocencia o la estupidez de creer que lo vamos a conseguir porque ya estamos a menos de cien metros del lĂmite del bosque. Creo que, si corremos lo suficientemente rápido, Eivor y yo estaremos a salvo en poco tiempo. Aprieto mi mano y le muestro el bosque.
—Ten un poco más de valor, Eivor —le dije para reconfortarla.
—Tengo miedo, Freydis —respondió ella, temblando.
—Lo sé, Eivor, tengo que admitir que yo también tengo un poco de miedo, pero juntas lo conseguiremos, ¿vale? No dejaré que te pase nada —terminé, mirándole a los ojos—. Quise decir cada palabra que dije, podemos hacer esto.
Me enderezo, le doy a Eivor un último gesto de ánimo y me pongo en marcha, tirando de ella detrás de mà hacia el bosque que es nuestra salvación. Apenas hemos recorrido unos metros cuando un hombre desconocido me tira al suelo. Levanto la cabeza lo suficiente para ver que Eivor sigue corriendo hacia el bosque.
—Alcanza a la chica —ordena el hombre, que pesa sobre mà sin quitarme los ojos de encima.
—¿Por quĂ© correr detrás de una niña? —Digo con un tono de confianza que me sorprende incluso a mĂ.
—Porque quiero a Eivor Gunderssen. Ya tengo a Haagon y a su madre, la necesito —se limita a responder con un tono frĂo y autoritario.
Y entonces en mi mente todo va muy rápido, tengo que salvar a Eivor. Debo evitar que caiga en sus manos.
—Deja de cazar y torturar a la gente de esta aldea —repliqué con firmeza, sosteniendo su mirada.
—¿Y por quĂ© deberĂa escucharte… esclava? —Me escupe en la cara. Como si la palabra esclavo fuera indigna de pasar por sus labios.
—Esclava —me reĂ—, asĂ que mi disfraz funciona tan bien que no reconoces a la hija de un lĂder de clan —le espetĂ© desafiante.
—¿QuĂ© quieres decir? —continuĂł mi agresor, poniĂ©ndome en pie con un fuerte tirĂłn de los brazos—. ExplĂcate y rápido —terminĂł, retorciendo mi muñeca.
Aprieto los dientes para no gemir de dolor, lo que le complacerĂa demasiado.
—¿Quién eres tú? —dice, acercándome un poco más a él.
—Yo… soy… Eivor … Gunderssen —respondĂ en el mismo tono, desafiándolo con la mirada.
No sĂ© por quĂ© he dicho eso. SĂ, de hecho, lo sĂ© muy bien, si piensa que soy Eivor, dejará a la niña en paz. AsĂ que, si esta mentira puede salvarla, eso es lo más importante y no importa lo que depare el futuro.
El guerrero vikingo me examina de pies a cabeza y arquea una ceja rubia interrogante.
—¿QuiĂ©n eres? Mi paciencia tiene unos lĂmites que no querrĂas cruzar, crĂ©eme —reanudĂł molesto.
Levanto la cabeza y asumo plenamente mi mentira, paralizada de todos modos.
—Soy Eivor Gunderssen, hija de Jorund e Inga Gunderssen. ÂżEres un vikingo sordo? —TerminĂ© con un tono de voz que querĂa ser molesto.
—Mis espĂas me aseguran que Eivor tiene nueve o diez años como máximo. Y viendo tus curvas, eres mucho mayor de nueve años… sin ánimo de ofender —continĂşa con una sonrisa socarrona y su aire de seguridad en sĂ mismo.
—Tus espĂas al parecer no son confiables, tengo diecinueve, no diez ni nueve —respondĂ, tan segura de mĂ misma como podĂa estar. En realidad, tengo veintiuno, pero dudo que dos años más traicionen mi mentira.
Sin decir una palabra más, me ata las manos y me tira detrás de él como si fuera un premio. En ese momento pienso que probablemente he salvado a Eivor de una muerte segura.
—¿A dĂłnde me llevas? —preguntĂ©, molesta porque asĂ es como reaccionarĂa la hija de un lĂder de clan.
—A comprobar tus palabras —me desafió, guiñándome un ojo.
Permanezco impasible y en silencio, sin saber qué más decir o hacer. Tal vez tenga una muerte rápida cuando se dé cuenta de mi mentira. Es lo mejor que puedo esperar en este momento.
CapĂtulo 3
Mi captor me arrastra tras Ă©l y a primera vista parece dirigirse al puerto. El viaje a travĂ©s de lo que solĂa ser mi pueblo me rompe el corazĂłn. Muchas casas y granjas han sido incendiadas, incluida aquella en la que la familia de Ragna me habĂa acogido y criado. Con solo pensar en mi mejor amiga, quizás herida… o peor; de repente me cuesta respirar por el dolor y la tristeza. Pero no debo dejar que se vea nada o me arriesgo a echar por tierra mi engaño y poner en peligro a la pequeña Eivor. No debo ceder a la pena… no hasta que estos monstruos hayan abandonado nuestra tierra para siempre.
Pero mis esperanzas y mi valor flaquean cuando veo a Haagon e Inga encadenados frente a uno de los barcos de nuestros invasores, que parece dispuesto a zarpar. También me doy cuenta de que muchos de los vikingos enemigos miran y saludan con respeto al hombre que me arrastra detrás de él. Viendo lo que es probable que ocurra en los próximos segundos, tiro de mis ataduras e intento moverme en dirección a Inga, gritando.
—Madre, Âżestás bien? Haagon, mi hermano, sĂ© fuerte, padre y nuestros hombres vendrán en nuestra ayuda —gritĂ© a Haagon e Inga, esperando que entendieran lo que querĂa decir.
Suspiro, aliviada, ante la respuesta de Inga.
—Eivor, hija mĂa, estás viva —gritĂł con la mano sobre el corazĂłn.
De repente y de forma violenta soy arrastrada hacia atrás y caigo al suelo helado. Rápidamente me pongo de nuevo en pie mientras mi carcelero, aunque molesto por mi actuación, continúa su camino como si nada hubiera pasado.
Sigue avanzando hacia la gran nave frente a la cual están encadenados Inga y Haagon. El vikingo pasa por delante de ellos sin ni siquiera mirar, y sigue arrastrándome detrás de él como si fuera una cautiva, que en realidad lo soy.
Los hombres cargan los barcos con las provisiones que mi gente ha reunido para pasar el invierno y que ellos han robado.
Me quedo asombrada por este espectáculo, no me habĂa dado cuenta de que habĂamos subido a este gigantesco barco. Me sobresalto cuando el vikingo se acerca a mĂ y me susurra al oĂdo con una voz que me hiela la sangre.
—FĂjate bien en lo que viene, joven Eivor, y recuerda que no se ataca ni se ofende al clan de mi padre sin repercusiones —termina con una sonrisa extrañamente cautivadora y sádica a la vez.
—No sé su nombre, ni el de su clan y mucho menos conozco a su padre —respondà con todo el gruñido que pude reunir.
—Digamos que no sabes nada. Pero tu padre lo sabe, y como este cobarde se niega a mostrarse y actuar como un hombre de honor… será su familia la que pagará el precio de su error —concluye en tono gĂ©lido. Luego, como si todo fuera normal, se dirige a los hombres del muelle—. ¡Nos vamos, suban a sus botes y vuelvan a casa! El mar será probablemente peligroso, la travesĂa arriesgada, pero OdĂn velará por nosotros.
Sin mirar atrás, asiente y sus hombres se dispersan hacia sus barcos. Pero antes de hacerlo, uno de ellos saca un cuchillo y degüella cruelmente a Inga y a Haagon.
Abro la boca, pero no salen gritos ante el horror y la crueldad de esta escena que se desarrolla ante mĂ. Inga siempre ha sido amable y considerada con nosotros… y Haagon es solo un niño de diez años. Por todos los dioses, cĂłmo puede alguien ser tan sádico, tan monstruoso para actuar asĂ. Mis dedos aprietan la barandilla para no caer de rodillas.
Me repongo porque mi plan está a punto de funcionar. Estos odiosos monstruos creen que tienen a Eivor, la hija de nuestro jarl, pero en su lugar me tienen a mĂ, solo a mĂ. Una mera esclava de esta chica que tanto codician por alguna razĂłn.
Antes de que el barco abandone el puerto, escudriño la costa con la esperanza de ver a Ulrik vivo. Mi corazĂłn se hunde al pensar en lo que podrĂan haberle hecho.
Secretamente, espero, sin pensarlo, que venga a buscarme una vez encontrado su padre. Pero tengo que ser realista. Solo soy una esclava… si viniera, solo serĂa por pura venganza. Además, estos monstruos han calculado todo. Al intervenir en esta Ă©poca, ningĂşn clan vikingo serĂa tan insensato como para hacerse a la mar al comienzo de la estaciĂłn invernal.
No sĂ© cuánto tiempo permanezco allĂ, con las manos aferradas a la barandilla. Estoy ahĂ, inerte, inmĂłvil, como una cáscara vacĂa… vacĂa de pensamientos y emociones. Completamente calada hasta los huesos, por la lluvia que no es otra cosa que el presagio de la tormenta que se avecina.
Siempre miro en la misma direcciĂłn. Sigo mirando el puerto, pero ya no se puede distinguir la costa de mi paĂs, solo existe el vasto ocĂ©ano… el ocĂ©ano hasta donde alcanza la vista.
Me sobresalto cuando una piel bestial se posa sobre mĂ.
—Vamos princesa, estás temblando y tus labios están azules. Ven a refugiarte antes de que te llegue la muerte.
No respondo, pero no me muevo y miro a ese vikingo que está frente a mĂ. No es mucho más alto que yo, pero tiene los hombros anchos. Su estatura y la forma en que se mantiene orgulloso y erguido no dejan lugar a dudas. Este hombre es un guerrero. El tatuaje en el lado derecho de su cara me dice que está en lo alto de la jerarquĂa de los guerreros.
Me quedo sin palabras cuando este hombre, este enemigo, de alguna manera da un paso hacia mĂ. Mi primer instinto es rechazar este gesto, pero el chasquido de mis dientes entre sĂ me empuja a aceptarlo.
—Gracias… —comencĂ© al detenerme, sin saber su nombre—, pero prefiero quedarme fuera —terminĂ© con la poca dignidad que me quedaba.
Pero sobre todo no me siento preparada para estar en un lugar reducido con los que considero monstruos. Me mide de pies a cabeza y luego continĂşa.
—No te quedes fuera mucho tiempo princesa. Las temperaturas están bajando rápidamente y con la caĂda de la noche hay que abrigarse —termina, un poco molesto porque no le sigo.
—¿Cuál es su nombre vikingo? —pregunté con la cabeza alta.
—Gunnar, princesa. Soy el jefe de los ejércitos de nuestro clan, representado en el barco por Thorsten, el hijo de nuestro jarl.
—Thorsten —me repetĂ, mirando el vasto ocĂ©ano que nos rodeaba.
—SĂ, princesa, el hijo de nuestro jarl. Fue Ă©l quien te invitĂł al barco —continuĂł con calma.
—Invitada —repetĂ esta vez fuera de mĂ—, asĂ es como lo ves. Me secuestraron, me sacaron a la fuerza de mi clan, de mi tierra…
Las imágenes de Inga y Haagon degollados vuelven a mi mente y me impiden hablar. Mi mano se levanta y golpea violentamente la cara de Gunnar, pero no se mueve ni un milĂmetro. Permanece estoico pero sus rasgos se endurecen peligrosamente. Sin embargo, no puedo contenerme, mi otra mano se levanta a su vez. Pero no tiene tiempo de llegar a su cara cuando me ata las manos a la espalda con una fuerza digna de Thor. Entonces me echa por encima del hombro como un saco de patatas y se dirige a la puerta de la cabina.
CapĂtulo 4
En este momento, no tengo miedo de lo que pueda pasarme. Estoy fuera de mis cabales. Por más que lo golpee y lo muerda, Gunnar no se mueve ni un centĂmetro. ContinĂşa su camino imperturbable como si yo no hiciera nada. Incluso con la cabeza apoyada en su hombro, consigo captar algunas de las miradas divertidas de los guerreros ante esta escena y algunas de las miradas escandalosamente horrorizadas de las pocas mujeres que forman parte de la tripulaciĂłn.
Entonces se detiene en seco, abre una puerta de una patada y me arroja sin contemplaciones al frĂo y duro suelo de la estrecha habitaciĂłn. Sin pensar en mi dolor, me levanto de un salto y empiezo a golpear y patear esa puerta, gritando a todo pulmĂłn. Una puerta que ya ha cerrado.
No me importa si mi comportamiento en este momento se parece al de una princesa o no, sigo tamborileando como una furia. No puedo decir cuánto tiempo pasa antes de que finalmente me derrumbe por agotamiento. Solo tardo unos segundos en quedarme dormida en el suelo, hecha un ovillo.
Cuando me despierto mi cuerpo está completamente dolorido por la noche en el suelo. Acabo levantándome y sentándome en uno de los rincones oscuros de la habitaciĂłn. Comienza una larga espera, una espera que me volverĂa loca si no tuviera mis recuerdos para no enloquecer. De vez en cuando, un vikingo abre la puerta y deja un plato de comida que me niego a probar.
Me quedo en mi rincĂłn, acechando, con los ojos cerrados, visualizando la escarpada costa de mi paĂs, la cresta rocosa sobre mi pueblo. Mi vida cotidiana que puede parecer insignificante pero lo extraño terriblemente y en un Ăşltimo momento… lo veo.
Su hermoso rostro, su larga melena castaña trenzada como un guerrero, sus ojos grises claros como la espuma que forma nuestro mar embravecido… Durante una fracciĂłn de segundo, incluso puedo volver a sentir el calor de su beso en mis labios. Por todos los dioses, que Ulrik estĂ© a salvo.
Doy un salto cuando se abre la puerta, pero no levanto la vista. Sigo acobardada, solo es mi comida, que de todos modos me negarĂ© a tomar. Pero, para mi sorpresa, la puerta no se cierra de golpe, como es habitual, sino que se cierra en silencio. TodavĂa me sobresalto cuando oigo a alguien suspirar en la habitaciĂłn.
—Entonces, ¿dices la verdad? —Thorsten comienza con una voz profunda, el mismo hombre que me secuestró.
No contesto, de todos modos, ¿qué sentido tiene?
—Tienes que comer, aĂşn quedan varios dĂas de viaje por delante y sin duda lo vas a necesitar. Además, por lo que se ve, estás adelgazando, tus bonitas curvas pronto no serán más huesos —dijo con calma, pero con firmeza.
Le miro con reproche, sin entender este cambio de actitud hacia mĂ. No mostrĂł compasiĂłn cuando mandĂł matar a Inga y a Haagon con una sola mirada y no se inmutĂł en absoluto.
—Dale mi parte a la gente de mi pueblo, a los que has sacado de su tierra —respondà con firmeza.
—¿Qué piensas, princesa? Se alimentan. Nuestro objetivo no es matarlos de hambre —replica, irritado por mi petición.
—¿Cuál es tu objetivo? —pregunté mientras miraba sus ojos azul esmeralda.
Nos quedamos unos momentos para observarnos. Por primera vez no nos desafiamos. Nos observamos mutuamente, cada uno tratando de entender al otro.
—No tengo que darte explicaciones… al fin y al cabo, solo eres una cautiva —termina diciendo en tono mordaz.
«Eso es» me dije en mi corazón, «aquà está de nuevo, el bárbaro que mató a mi señora y a su hijo sin el menor remordimiento». Mi mirada se vuelve entonces más dura.
Thorsten
Cuando Gunnar, mi amigo más antiguo, me contĂł lo que se atreviĂł a hacer cuando le ofreciĂł el calor de una piel de animal. No pude evitar sonreĂr. Me convencĂ de que esta Eivor, definitivamente, tiene el temperamento ardiente de una verdadera princesa vikinga. Tiene el carácter, la rabia, el coraje, la belleza que podrĂa poner celosa a una diosa, todo ello salpicado con la cantidad justa de descaro.
AsĂ que me alejĂ© voluntariamente de ella porque su presencia me molesta, me perturba. Además, no es a ella a quien he venido a buscar… es solo una especie de premio de consolaciĂłn.
Bueno, afortunadamente cuando ella abofeteĂł a Gunnar, Ă©l mantuvo la calma. Simplemente la metiĂł en una cabina para que la impetuosa chica, como le gusta llamarla, se calmara. Pero le pareciĂł aĂşn más divertido ponerla en mi camarote. Y aunque la situaciĂłn sea un poco embarazosa para ella, Ă©l podrĂa haber hecho algo mucho peor.
Como no querĂa estar con ella, dormĂa en otro sitio y le hacĂa llevar la comida, pero aparentemente se niega a comer y permanece postrada en un rincĂłn de la habitaciĂłn. DespuĂ©s de dos dĂas de este rĂ©gimen, decido venir a verla, tengo que llevarla viva. De lo contrario, todo esto habrá sido en vano.
Cuando abro la puerta, estoy… de hecho, no sĂ© cĂłmo estoy, pero apenas puedo soportar ver a esta mujer aislada en este rincĂłn oscuro. Y en lugar de sentarme y hablarle con la deferencia y la cortesĂa debidas a su rango, a su casta, me comporto como un oscuro idiota hablándole en un tono áspero y mordaz.
Nada más empezar a hablar con ella, su mirada hacia mĂ cambia. Se vuelve más dura, más frĂa, y sin razĂłn aparente me ofende más de lo que deberĂa. Entonces ambos guardamos silencio durante unos minutos. Y sin motivo alguno, de repente empieza a temblar de forma totalmente descontrolada.
—Eivor, te estás congelando —dije suavemente mientras caminaba lentamente hacia ella, no querĂa ver a ninguna mujer en ese estado.
Freydis
Cuando se acerca a mĂ, su actitud parece haber cambiado. Es a la vez protector y benĂ©volo. Debo admitir que estoy un poco confundida por este aspecto de su carácter. Le miro a los ojos para intentar comprender y no siento nada más que apaciguamiento.
Me coge las manos con suavidad y me ayuda a levantarme. Al ver que no estoy del todo estable sobre mis piernas, debido a la posiciĂłn sentada que he mantenido durante los dos Ăşltimos dĂas, pone uno de sus brazos bajo mis hombros para mantenerme erguida. Intento mantenerme digna e imperturbable ante un torrente de emociones que me abruman y que ni yo misma entiendo.
—Te estás congelando, si no quieres coger fiebre, tienes que entrar en calor y rápido —continúa, siempre tranquilo y atento, lo que aumenta mi confusión ante este hombre al que no puedo entender.
Me guĂa y me hace sentar en el colchĂłn de paja que sirve de cama en este barco. Entonces empieza a quitarse la ropa. No me atrevo a mirar hacia arriba. No es que nunca haya visto a un hombre, mi condiciĂłn de esclava me ha hecho preparar y bañar a los hombres de mi pueblo, pero Ă©l me intimida por alguna razĂłn.
Salto cuando me desata el vestido de lana, el más cálido que tengo.
—No te preocupes, te quedarás con el camisón puesto como yo. Luego nos iremos a la cama. Debes calentarte, dormir y comer —terminó con una dulzura que aún me resulta extraña.
CapĂtulo 5
A peticiĂłn de Thorsten, me tumbo en el colchĂłn de paja que hace las veces de cama. Como estoy incĂłmoda, me tumbo de lado, dándole la espalda. No quiero que pueda ver la vergĂĽenza en mi cara. Intento hacerme lo más pequeña posible. Contengo la respiraciĂłn mientras se sienta detrás de mĂ. Sin decir nada, pero con una ternura que aĂşn me sorprende, me rodea con sus brazos y me atrae contra su pecho duro como una roca, antes de cubrirnos con una piel.
El cuerpo de Thorsten arde contra el mĂo. Rápidamente mi cuerpo se calienta ante su contacto. Lucho por mantener mi respiraciĂłn normal y regular, ante esta situaciĂłn. Suelta mi pelo, que debe hacerle cosquillas, con un movimiento lento y acariciador. Es aĂşn peor cuando siento su aliento en mi cuello. Sin que pueda controlar nada, mi piel se cubre de una multitud de escalofrĂos.
Al cabo de unos minutos, la constante respiración de Thorsten termina por adormecerme y caigo en un profundo sueño.
A primera hora de la mañana me despiertan sus ligeros ronquidos. Inmediatamente me confundo y empiezo a sonrojarme instintivamente sin atreverme a hacer el más mĂnimo movimiento. Durante la noche, tanto Ă©l como yo nos hemos movido mientras dormĂamos. Porque ahora tengo mi cara apretada contra el torso musculoso de Thorsten, mi mano apoyada en su vientre mientras sube y baja con su respiraciĂłn. En cuanto a nuestras piernas, están enredadas y no hablo de su nariz, que está hundida en mi pelo.
Sin embargo, tengo poco tiempo para salir de este apuro antes de que se despierte.
Gunnar entra en el camarote como si fuera el suyo propio y habla en voz alta y clara.
—Thorsten, ha sido una noche dura en cubierta con los fuertes vientos. Hay algunos daños y necesitamos tu ayuda —explica con calma, como si yo fuera perfectamente invisible, cosa que estoy segura de que no es asĂ, dada la sonrisa que tiene en los labios.
Me acurruco avergonzada y trato de esconderme bajo la manta. Dios mĂo, ÂżquĂ© pensarán todos ellos? ÂżQue me ofrecĂ a este jefe vikingo sin ninguna vergĂĽenza ni restricciĂłn? Por todos los dioses, estoy mortificada. Pero no tengo tiempo de compadecerme más cuando Thorsten se levanta y me descubre casi por completo.
—Bueno, amigo, te seguiré —dijo poniéndose la ropa. Luego volvió a ponerse en marcha, esta vez hacia la cama.
—Eivor, vĂstete. Necesitaremos toda la ayuda posible, y no temáis por vuestra virtud y honor. Estoy comprometido con Sigfrid, todos saben que no pondrĂ© en peligro mi futura uniĂłn por una simple cautiva… pero cuidado Eivor, no todos los hombres de este barco piensan asĂ… asĂ que, si hay algĂşn problema, ven a este camarote, quiero verte aquĂ todas las noches. ÂżTe queda claro? —terminĂł con dureza antes de salir sin esperar una respuesta de mi parte.
Siento el dolor y no le agradezco que haya aclarado la situación. Al menos ahora las cosas están claras como el agua. Este vikingo solo quiere asegurarse de que no me pase nada antes de llegar y que me presenten a su padre para que luego haga lo que quiera conmigo.
Los gritos y las Ăłrdenes golpeadas en la cubierta me sacan de mi letargo. Me puse mi vestido, de hecho, mi Ăşnico vestido. Luego me atĂ© rápidamente el pelo en una trenza alborotada a un lado para no pasar vergĂĽenza. Tomo mi capa y me dirijo a la cubierta. El frĂo se apodera de mĂ una vez más, es aĂşn más cortante que en el interior.
Cuando llego a la cubierta, veo que hay algunos daños y algunos hombres están heridos en el suelo. Sin pensarlo más, me dirijo hacia los heridos y ocupo el lugar de un vikingo que no parece saber qué hacer para aliviar al hombre que sufre en el suelo. Me acerco lentamente y le ayudo, guiándole en lo que debe hacer para ayudar al hombre tumbado. Una joven que no conozco llega con una bolsa que contiene varios frascos de aceite y pomada, asà como paños limpios para las vendas.
Le doy las gracias con una inclinación de cabeza y empezamos a cuidar juntas de los heridos. Y con una suerte casi insolente, no me encuentro con ningún miembro de mi pueblo. En torno a las conversaciones, me entero de que están en la bodega, que sin duda les ha protegido.
—Vamos a comer —dice la chica que me ha estado ayudando con los cuidados durante casi toda la mañana.
Asiento con la cabeza mientras mi barriga ruge, lo que hace reĂr mucho a mi compañera. La sigo y entramos en el salĂłn que sirve de comedor y dormitorio a los vikingos. Mientras miro a mi alrededor, mi compañera me informa de que solo Gunnar y Thorsten tienen un camarote.
Llevamos unos minutos comiendo nuestro pan con trozos de carne, cuando mi vecina se decide a hablar, aunque yo estaba bastante contenta con el silencio.
—Te va bien con los cuidados, ¿de quién has aprendido? —Me pregunta mientras sigue comiendo.
—AprendĂ en mi pueblo de Bergthora, una mujer que lo sabe todo sobre las plantas y cĂłmo utilizarlas… es … mi abuela —respondĂ, dándome cuenta de que me habĂa atrapado a tiempo—. ÂżCĂłmo te llamas? —Le preguntĂ© evitando hablar de mĂ.
—Oh sĂ, es verdad, no me he presentado. —Se endereza un poco y continĂşa—. Me llamo Dagny, soy la hija de Eimund, el mĂ©dico del clan —responde con un guiño y un toque de orgullo que me hace sonreĂr—. Tienen razĂłn —dice antes de seguir comiendo.
—¿De qué estás hablando? —pregunté algo intrigada.
—Todos los hombres coinciden en que eres muy hermosa y que pondrĂas celosa a Freyja, vestida y peinada como una mujer de tu rango —explica con la sencillez e inocencia de su juventud.
Casi me ahogo al oĂrla decir esas cosas, lo que la hace reĂr aĂşn más.
Pasan otros ocho dĂas de travesĂa. Un poco más agradables para mĂ. Puedo salir y vigilar a las personas que he estado tratando. Me complace poder ver a los hombres a los que he ayudado, recuperarse de sus lesiones. Me consta que la gente de mi pueblo está siendo bien tratada, todo lo bien que se puede, porque siguen siendo prisioneros de guerra, probablemente destinados a la esclavitud. Pero al menos están vivos y tal vez pueda ayudarlos.
Esta noche, como en las anteriores, vuelvo al camarote, segura de estar sola. Thorsten solo duerme allĂ unas horas y sobre todo durante el dĂa, cuando yo no estoy. No lo he visto durante casi dos dĂas y noches. AsĂ que entro sin llamar y me encuentro cara a cara con Ă©l… sin camiseta.
CapĂtulo 6
Me quedo ahĂ, plantada en la puerta frente a este vigoroso vikingo semidesnudo que tengo delante. Soy incapaz de moverme frente a este hombre. Aunque mi cerebro me pide a gritos que salga y cierre la puerta tras de mĂ, me quedo allĂ totalmente incapaz de bajar la vista.
Mis ojos recorren sin reparos el escultural torso de Thorsten. Cada mĂşsculo está perfectamente definido e inflado. Un vello rubio claro cubre sus mĂşsculos pectorales y baja hasta el ombligo, engrosándose ligeramente a la altura de la lĂnea de su virilidad. Mi mirada recorre entonces sus abdominales y se pierde en el gigantesco tatuaje que cubre su mĂşsculo pectoral derecho y se extiende por el hombro y el brazo.

Leave a Reply