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Licenciada Morgan de Carol BĂşho pdf
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la vida es vulgar para kaley. tiene un buen ganga, un secciĂłn y no se ha ensuciado con la peste que custodia en hamaca al 67% de los subalternos de morgan financial group.
quieran, Âżeso es bueno?
no, porque tendrá que ser la suplente zafral de la impresionante licenciada brenda morgan.
—besar es cerdo.
si puedes comprometerse mujer sin galanteo, ¿por qué no vas a poder apalear galanteo sin sexo?
El placer es la felicidad de los locos, la felicidad es el placer de los sabios
Jules D’Aurevilly
La vida es sencilla para Kaley. Tiene un buen empleo, un departamento y no se ha contagiado con la infecciĂłn que mantiene en cama al 67% de los empleados de Morgan Financial Group.
Esperen, Âżeso es bueno?
No, porque tendrá que ser la asistente temporal de la aterradora licenciada Brenda Morgan.
—Besar es asqueroso.
Si puedes tener sexo sin amor, ¿Por qué no vas a poder tener amor sin sexo?
Segunda parte
Tercera parte
Si puedes tener sexo sin amor, ¿Por qué no vas a poder tener amor sin sexo?
Cada nacimiento se planeó con dos años de diferencia. Y las hermanas Morgan están unidas por algo más poderoso que la sangre. Los secretos.
Sin responsabilidad, la libertad es ser esclavos del capricho del momento.
La doctora Abigail Morgan recuerda las palabras que su padre ha pronunciado durante la cena.
¿Sus hermanas estarán pensando lo mismo?
Sacude la cabeza, esperando con esto sacarse la espina de la duda y sube a su Prius.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇◆◇
El camino al edificio Hills es corto, ya que el tráfico no es un factor importante a esta hora de la madrugada y la abogada Cristel Morgan conduce impávida, no ha encendido el radio y tiene un brillo pernicioso en los ojos. Hubiese deseado un porro o sexo o ambas cosas, antes de acudir a su destino. Pero tendrĂa que aguantar despuĂ©s el irritante regaño de Leo, por lo tanto, deberá controlar sus ansias con estĂşpidos ejercicios de relajaciĂłn. Al menos hasta que terminen con el «asunto» de la noche.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇◆◇
La profesora Darlenne Morgan mira el Ăşltimo mensaje que ha recibido.
ÂżVienes a casa?
Solo pensar en Tiare MĂĽller le deja un sabor a hiel en el paladar y aunque su dignidad le pide que arroje el telĂ©fono contra el asfalto, lo que hace es guardarlo en el bolsillo de sus jeans y entrar al autoservicio para comprar una lata de cerveza. Con una gorra de bĂ©isbol esconde su rubia cabellera y los lentes de contacto pintan de cafĂ© sus ojos aceitunados. Nadie que vea las cámaras de seguridad podrĂa relacionar a ese andrajoso cliente con la excĂ©ntrica pintora que da clases en la universidad Crowell.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇◆◇
—Mañana inicia la comparecencia del secretario de hacienda para la aprobación del paquete económico 2023 —Claudia anota los horarios en la agenda digital de la senadora Morgan.
Gracias a esto, Eleanor puede consultar sus compromisos del dĂa desde el reloj inteligente que lleva en la muñeca.
—Lo recordaré —dice la rubia retirándose aquel elegante dispositivo que la mantiene ligada a su trabajo.
—¿Vas a salir esta noche? —Claudia deja de anotar y mira de soslayo a su jefa.
—Atenderé un asunto familiar —empieza a quitarse el elegante traje Givenchy— que nadie me siga, ya sabes qué hacer.
Claudia abandona la habitación de la senadora sin realizar preguntas al respecto. Ha trabajado para ella durante 13 años, la conoce mejor que cualquiera.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇◆◇
Brenda Morgan deja su Mercedes aparcado en el estacionamiento de MFG y toma el ascensor para llegar a la recepción, no la reconocen con vaqueros y sudadera negra, se hace pasar por una empleada más del servicio. Su corporativo es perfecto para esconderse, a nadie le sorprenderá ver su auto en el estacionamiento, siempre trabaja hasta tarde y tampoco se atreven a molestarla en su oficina.
Sale a la calle principal y se dirige al Freelander gris que ya la está esperando.
Cristel también se ha cambiado. Su traje de tres piezas ha sido remplazado por un cómodo conjunto deportivo.
—Necesito un trago —Brenda inclina un poco el asiento y cierra los ojo
—Y yo sexo —manifiesta, Cristel— esos estúpidos ejercicios de respiración únicamente te funcionan a ti.
—Solo piensas en eso —plantea Brenda consultando su teléfono para verificar la ubicación que le envió Leo.
—El sexo, el poder y el dinero son drogas adictivas a las que ningún ser humano se resiste.
Brenda se rasca el cuello, pesando en el largo camino que le espera junto a sus hermanas.
—Eso depende del nivel de consciencia que tengas.
—¿Justo hoy llevaremos esta conversación a la moralidad?
Después de recorrer algunas avenidas se detienen frente a un semáforo en rojo y dos mujeres se acercan al Freelander. Abby sube a la parte de atrás y Leo abre la puerta del conductor.
—Yo me encargo —con una mirada Eleanor consigue que Cristel le ceda su lugar.
—¿Dónde está Daryl?
—Pasaremos a recogerla —el tono flemático de Leo da entender que no les brindará mayores explicaciones.
Cristel mira a su hermana menor buscando respuestas. Abigail cierra los ojos y niega con la cabeza, es evidente que ella tampoco sabe lo que la senadora trama.
—Esto no es parte del plan —protesta Brenda cuando Eleanor vuelve a poner el auto en marcha.
—Es parte de mi plan.
Las tres hermanas intercambian miradas de recelo que la senadora observa desde el retrovisor.
—¿Qué está haciendo Darlenne? —la interroga Cristel echando el cuerpo hacia adelante— Si a ella le pasa algo…
—Ese es mi papel Cris —le recuerda Leo entrecerrando los ojos— Yo me encargo de ustedes.
—¿Y por qué Daryl está sola? —la enfrenta Abigail.
—Porque sabe pasar desapercibida.
—¿Con exactitud qué estás…?
Brenda se interrumpe cuando suena un teléfono, Eleanor usa su mano libre para revisarlo y un extremo de su boca se curva dibujando una sonrisa cruel.
Luego le pasa el teléfono a Bree.
«Choque provoca explosiĂłn cerca de gasolinera en Rothel; No se descartan vĂctimas mortales»
—Por Dios —Brenda cierra los ojos y le entrega el teléfono a Cristel.
—Diablos —susurra la abogada.
—¿Qué significa esto, Leo? —le pregunta Abigail.
—Significa que esta noche todos van a mirar al norte. Hay que aprovechar la distracción.
PĂşblicamente se les describe como mujeres talentosas e intachables. Un ejemplo a seguir.
Pero, se han preguntado, ¿qué ocurre con las hermanas Morgan cuando nadie ve?
La vida secreta de la mujer perfecta
Brenda coge el ascensor y se masajea el cuello, notando como el estrĂ©s se acumula en sus mĂşsculos. Ha sido un dĂa complicado en la oficina y sabe lo que necesita para liberarse. Por eso enviĂł un mensaje al nĂşmero que ya tiene en la primera lista de su agenda.
Esta noche.
Seguido de un cĂłdigo para que les permitan subir a su departamento.
No le gusta mucho que Andrea y Tamara visiten su hogar, como cualquier negocio prefiere atenderlo en su oficina. Sin embargo, despuĂ©s de ver las cifras con las que cerrĂł su dĂa, está deseando embriagarse y entonces no podrĂa conducir.
El elevador se detiene en su piso y accede al recibidor.
—Buenas noches, licenciada Morgan.
La talentosa economista posa sus ojos verdes en la joven trigueña que ya espera a mitad de la sala, usa un erótico coordinado de cuero que deja a la vista sus enormes pechos.
—¿QuĂ© tal tu dĂa? —pregunta otra mujer de piel clara y mechas azules acercándose a ella para entregarle un Gimlet.
—Mejóralo —ordena Brenda dando un trago y sentándose en el sofá con las piernas abiertas.
La chica que ya está en lencerĂa le sonrĂe con lascivia y se inclina para llegar gateando hasta su compañera. Ambas mujeres deciden ignorar la presencia de la economista. La que está de rodillas empieza lamiendo las piernas de su amante, desde el tobillo hasta sus muslos, mientras esta se desnuda de forma lenta y provocativa.
Las pupilas de Morgan se dilatan y echa la cabeza atrás, deleitándose con los gemidos de las prostitutas.
El sexo para ella es una erótica puesta en escena y lo disfruta a su manera. No necesita acercarse o tocar, observa cómo las mujeres se entregan al placer, aunque de vez en cuando revisa las fluctuaciones de sus empresas desde el teléfono.
El tiempo de Brenda Morgan vale millones y no lo pierde con tonterĂas, prefiere pagar a mujeres que ya saben lo que tienen que hacer.
La de mechas azules mantiene las piernas abiertas y mira fijamente a Brenda mientras dos dedos de su compañera entran y salen, salpicando la alfombra con sus mieles. Está por alcanzar el climax y se lo dedica a la guapa economista con potentes gemidos.
Es el espectáculo que Brenda necesita despuĂ©s de un largo dĂa en la oficina.
Con una palabra puedo definir a Brenda Morgan: Cruel.
Soy su tercer asistente, la reina de corazones necesita hacer llorar a más de tres mujeres al dĂa para mantenerse satisfecha. Sus empleados le han puesto este apodo por un personaje ficticio que condena a muerte ante la menor ofensa. Lewis Carroll describĂa a la reina de corazones como «una furia ciega» y me parece que le va perfecto a mi jefa.
—Todos enfermos —anuncia el guardia cuando me detengo frente al escáner de retina— se han estado reportando a recursos humanos, la licenciada Morgan les ordenĂł subir a la azotea y saltar. Dice que la vista es magnĂfica.
No lo dudo. Es la clase de cosas que mi querida Brenda sugiere.
—¿Qué sucedió?
—Aparentemente una infección, algo en el almuerzo de ayer estaba dañado.
Un rictus de desconcierto marca mis facciones durante algunos segundos.
—Estoy bien —extiendo los brazos mientras me dirijo al ascensor. Como quien se declara inocente.
El encargado de seguridad, un señor de mediana edad y cabello crespo, murmura: Por ahora.
Por ahora.
Pienso lo mismo al llegar al octavo piso y descubrir que mis compañeras no se han presentado.
Diablos.
Ser la nĂşmero tres significa que no soy la empleada directa de Brenda Morgan, sino la asistente de sus asistentes. Se me prohibiĂł entrar a su oficina, y dirigirle la palabra se considera asesinato en primer grado. Fueron las reglas que estableciĂł Frida a mi llegada.
Pero ahora ella no está, Lauren tampoco aparece y Brenda Morgan necesita su cafĂ© todos los dĂas a las 8:30. Un minuto tarde y estás fuera.
—Debà enfermarme hoy —bisbiseo acercándome a la cocina privada de la economista, que se encuentra en el mismo piso.
Supongo que puedo hacerlo, es solo un americano y el café siempre sabe igual. A mierda.
Empecemos con la receta.
¿Cómo preparar un café para la reina de corazones sin perder la cabeza en el proceso?
Agua en extremo caliente, perfecta para el diablo, porque estoy segura de que Brenda Morgan no es humana. Sin azĂşcar, eso es obvio.
Consulto la hora en mi teléfono. Mi jefa siempre es la última en marcharse y la primera en llegar. Eso justifica su bien equipada cocina en el octavo piso, está obsesionada con el trabajo.
Conociendo esto tomo una Ăşltima decisiĂłn con relaciĂłn a su cafĂ©. Muy cargado. Vaya que esa mujer necesita dosis extras de cafeĂna.
Me encojo de hombros analizando la infusiĂłn obscura dentro de la taza, no deberĂa ser tan malo. Si lo detesta me humillará durante un par de horas antes de despedirme. Camino a la zona de ejecuciĂłn, mientras maldigo la infecciĂłn que me ha dejado a su merced. Hoy Frida y Lauren no serán mis escudos, será mi primer dĂa atendiendo a la reina de corazones.
Contengo la respiraciĂłn dando un par de golpes a su puerta.
—Adelante.
ÂżCĂłmo puede sonar tan hostil si solo ha dicho una palabra?
—Buenos dĂas —dejo la taza sobre el escritorio.
El corporativo Morgan Financial Group está ubicado en una de las zonas más cosmopolitas y privilegiadas de la ciudad. Desde aquà arriba cada detalle del caótico centro parece una obra pincelada para el deleite de la economista. Es un espacio muy elegante, con pisos laminados y una terraza lounge.
—Reunión con Zamora en diez minutos. Necesito los reportes de las variaciones del primer trimestre— Brenda no se toma la molestia de mirarme.
Este es su mundo y las cosas funcionan asĂ. Cuando necesita algo los empleados de MFG deben entregarlo o dejar la vida en ello. No hay punto medio, no se perdona un error, no conoce la piedad.
Al menos he sobrevivido, vuelvo a respirar cuando abandono la enorme oficina. Si resulta que el café es un asco me llamarán los de recursos humanos.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇◆◇
Me comunico con el asesor financiero y luego imprimo los informes que necesita. Supongo que debo asumir las obligaciones de Lauren y acompañarla en sus reuniones del dĂa.
La licenciada Morgan pasa por mi lado haciéndome sentir igual que un fantasma; inútil, melancólico e invisible. Ella es una mujer sofisticada y brillante. Siempre viste de negro, usando camisas satinadas, pantalones de tiro alto y accesorios dorados. Debo mencionar que no todo en su vida son éxitos, cuando entré a MFG el fracaso amoroso de la reina de corazones era la comidilla en los pasillos del corporativo. Dicen los rumores que su prometido se involucró con una de las asistentes, precisamente la chica que yo llegué a reemplazar. Por eso a veces sospecho que Morgan me odia.
—Los reportes del último mes indican que nos mantenemos con el mismo rango de pérdidas —asà saluda al llegar, y ocupa la silla principal en la gran mesa ejecutiva.
Le entrego los documentos que necesitará, no hay un sitio para mà en la enorme sala de reuniones, asà que me quedo detrás de ella como un guardia real en el Palacio de Buckingham.
El asesor balbucea algo sin sentido y pasa las hojas de su carpeta, buscando una falla en la afirmaciĂłn de Brenda. Es un tipo muy atractivo, de cuerpo atlĂ©tico y sonrisa encantadora. Pero ante la licenciada Morgan las cualidades fĂsicas son fĂştiles.
—Es cierto que hemos bajado un par de puntos, sin embargo…
Morgan tamborilea los dedos sobre la mesa, manifestando su impaciencia. No le gusta perder el tiempo, ni mantener conversaciones innecesarias, y las excusas de Zamora son justo eso.
—Un par de puntos que le han costado el puesto —expresa impasible.
Tengo la boca seca y los otros dos especialistas que acompañan al asesor se hunden en sus respectivas sillas.
—¿Licenciada…? —pretender que no entiende la sentencia de Morgan es aĂşn más peligroso y Zamora deberĂa saberlo.
Brenda no solo tiene el poder de echarte a patadas cuando le dé la gana, una llamada suya es suficiente para que no te contraten en otro sitio.
—Espero que al menos muestre eficacia entregándome su carta de renuncia en quince minutos.
La reina de corazones ha entrado en acciĂłn.
—Fue un primer trimestre difĂcil— Zamora intenta salvarse—todas las empresas han tenido un decrecimiento proporcional a la…
Morgan se aclara la garganta y sus ojos le apuntan como peligrosos lanzacohetes rusos.
—Salga de mi empresa.
—Pudo haber sido una pérdida menor —se envalentona el financiero—le advertà que no podemos seguir creando estrategias en base a los resultados obtenidos por Beyer.
En este momento el techo deberĂa liberar mascarillas de oxĂgeno, hacer enojar a Morgan es tan peligroso como una fuga en mitad de un vuelo.
Zamora ha cavado su propia tumba. Hay una competencia bastante ruda entre Beyer y MFG. Todos los empleados la conocen, no es algo que se puede mencionar, mucho menos frente a la licenciada Morgan. Por eso de inmediato entiendo que Zamora no se irá por la buena y tomo el telĂ©fono para solicitar que un guardia lo escolte a la salida o Brenda lo apuñalará con el bolĂgrafo.
—No me puede correr de esta forma… —expresa ofendido, poniéndose de pie tan rápido que su silla se cae.
Brenda levanta la barbilla y suspira, mostrando un gesto de hastĂo. Despedir empleados es parte de su dĂa a dĂa, Âżpuede hacerlo? Si, es la dueña, y es eficaz multiplicando el dinero, una mujer como ella puede hacer aviones de papel con los derechos laborales.
—El único culpable de que nuestros números oscilen mes con mes es su empeño en tomar decisiones que… —está furioso y señala a Brenda.
Al ver que se acerca actĂşo por instinto, interponiĂ©ndome en su camino. Mi reacciĂłn lo aturde tanto como a mĂ. Tengo una mano en su pecho y he apretado el puño de la otra. FĂsicamente estoy lista para cualquier ataque…
¿Quién jodidos te crees, Kaley? ¿Frank Farmer? Me regaña la conciencia.
Por suerte la puerta se abre, delatando la llegada del guardia.
—Acompañe al licenciado Zamora a la salida, por favor —le ordeno, disimulando que estoy al borde de un ataque de nervios.
—Esto no se va a quedar asĂ… —brama mirando a Morgan, mientras el chico de seguridad lo obliga a caminar.
—Eso es evidente.
El tono amenazante de la economista me hiela la sangre.
Doy un paso atrás, recapitulando mis errores. LlamĂ© al guardia, intervine en una discusiĂłn entre mis superiores y tomĂ© decisiones sin la aprobaciĂłn de Morgan; la siguiente cabeza en rodar será la mĂa.
Sin embargo, Brenda apunta sus aterradores misiles verdes a los dos empleados que acompañaban a Zamora. Hasta ahora se han mantenido en silencio, temblando y rezando por conservar sus puestos. Uno es un tipo gordo y sudoroso, la otra una chica joven y guapa. Tiene una mirada tierna y melena castaña.
La economista eleva una ceja, y entrelaza sus dedos sobre la mesa, otorgándoles un minuto para demostrar que merecen continuar en MFG.
—SegĂşn reporta el Money & Finance se espera una recuperaciĂłn del 0.7% —empieza a decir la chica, cuya voz delata su nerviosismo— no serĂa adecuado sentarnos a esperar que esto ocurra, considero que podrĂan tomarse medidas para beneficiar internamente a la compañĂa y aprovechar la recuperaciĂłn como una ventaja para el siguiente corte.
Es joven, demasiado joven, y parece más una modelo que una ejecutiva, sĂ© lo retrĂłgrada que suena esta idea, pero no puedo explicar de otra forma que me parece fĂsicamente impactante. Es el tipo de mujer que deberĂa estar en un escenario, donde todos pueden verla y no encerrada en Morgan Financial Group, detrás de una montaña de facturas.
Brenda la observa inquisitiva y me pregunto si está pensando lo mismo.
—Desarrolla —exige después de un momento.
La especialista asiente, se humedece los labios y respira profundo antes de empezar con una propuesta aĂşn más impactante que su fĂsico. Yo de economĂa sĂ© tanto como de ensamblar autos, pero hay un tema en el que soy aprendiz: Brenda Morgan. Y si no ha interrumpido a la ejecutiva es porque sus palabras valen la pena. Poco a poco va ganando confianza, y para cuando se acerca al final ya camina por la sala de juntas y mueve las manos, reforzando su presentaciĂłn.
Después de unos quince minutos el silencio se posa sobre la mesa y no consigo descifrar la mirada de Brenda, hasta que se pone de pie y coge la carpeta que le entregué al inicio de la reunión.
—Nombre —se dirige a la joven economista y consulta su reloj.

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