Novia Bansley de Sophie Saint Rose pdf
Novia Bansley I de Sophie Saint Rose pdf descargar gratis leer online
Nos vamos a Texas para darnos una vuelta y conocer a los Bansley.
Sinopsis de “Novia Bansley 1”
ÂżTrabajar para Keigan Bansley? ÂżCon lo creĂdo que era? Además, ella estaba preparada para ser secretaria de direcciĂłn en corporaciones importantes, no para llevar la triste administraciĂłn de un rancho por muy grande que este fuera.
Ella querĂa viajar, ver mundo. Su hermana la habĂa metido en un lĂo de primera. Pero sus padres estaban tan contentos porque no tenĂa que irse del pueblo que cualquiera les decĂa que no.
ÂżTrabajar para Keigan Bansley? ÂżPodrĂa soportar ver esos ojos verdes todos los dĂas? Por supuesto que sĂ.
Sobre la autora de Novia Bansley Sophie Saint Rose
Sophie Saint Rose es una prolĂfica escritora que tiene entre sus Ă©xitos “A sus Ăłrdenes” o “Diseña mi amor”. Si quieres conocer todas sus obras publicadas en formato Kindle, solo tienes que escribir su nombre en el buscador de Amazon o ir a su página de autor. AllĂ encontrarás más de cien historias de distintas categorĂas dentro del gĂ©nero romántico. Desde Ă©poca medieval o victoriana, hasta contemporáneas de distintas temáticas como la serie oficina o Texas entre otras.
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Buenos dias, me podrĂais indicar
CapĂtulo 2
Amelia mirĂł a su hermana sin entender nada porque no dejaba de hablar. HabĂa entrado en su habitaciĂłn sobresaltándola porque ya estaba dormida y solo habĂa llegado a su dormido cerebro trabajo y rancho. SuspirĂł sentándose y apartando sus rizos de la cara. —Ya le dije a mamá que no te dejara comer ese segundo pedazo de tarta. Demasiado azĂşcar.
—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? ¡Te he conseguido trabajo!
Parpadeó. —¿Cómo has dicho?
—En el rancho Bansley —respondió loca de contenta.
Ay, madre. —¿Qué has dicho?
—¡Necesitan a alguien para que les lleve el papeleo! ¿No es genial? Mañana allà a las siete de la mañana.
Su madre llegĂł en ese momento. —¿Es cierto lo que he oĂdo?
—SĂ, mamá.
—¡Oh, hija es estupendo! ¡No tendrás que irte!
No se lo podĂa creer. Con todo lo que habĂa estudiado no iba a quedarse allĂ cuando habĂa echado curriculums a empresas internacionales. Ella querĂa viajar, ver mundo. —Pero quedarme en el rancho… Es un trabajo algo simple para mi especialidad, Âżno?
Su madre perdiĂł la sonrisa poco a poco y su padre llegĂł en ese momento contento como unas castañuelas. —El rancho Bansley. Hija quĂ© suerte, es el rancho más grande de por aquĂ.
—Gracias a mis contactos, papá —dijo Cindy orgullosa.
Amelia gimiĂł por dentro. Y ahora cĂłmo se lo decĂa cuando estaban tan ilusionados. Lisa dio un paso hacia ella. —Hija, Âżno quieres el trabajo?
ÂżEn el rancho con esos estĂşpidos Bansley, que se creĂan los dueños del pueblo? —Pues la verdad…
—Claro que lo quiere. Es una oportunidad Ăşnica —dijo su padre atĂłnito —. Y si lo hace bien será un trabajo de por vida. Además, ahora no tiene ninguno. ÂżQuĂ© va a hacer, seguir mirando las musarañas en la mercerĂa esperando a que entre una clienta? De eso nada. —Su padre la mirĂł fijamente. —Aceptarás el trabajo.
—Además no vas a dejarme mal —dijo Cindy indignada—. Shine ha tenido que insistir para que te lo dieran, ¿sabes?
—¿Y por qué ha hecho eso?
—¡Por hacerme un favor! —dijo como si fuera tonta.
—Cindy ha hecho bien —dijo su padre empezando a mosquearse—. Estás en el paro esperando un trabajo que nunca llega, asà que lo aceptarás. Dale las gracias a tu hermana por preocuparse tanto por ti.
Gruñó por dentro antes de mirar a su hermana. —Gracias pequeñaja.
Cindy sonrió radiante elevando la barbilla orgullosa consigo misma. —De nada. Y no me dejes mal.
SaliĂł de la habitaciĂłn con la cabeza bien alta y su padre entrecerrĂł los ojos. —No lo hará, Âżverdad cielo? Porque eso nos dejarĂa mal a todos y mi taller depende mucho de los coches de los Bansley y de los que trabajan para Ă©l.
Como si hubiera otro taller en el pueblo. No tenĂan otra opciĂłn que ir a Ă©l a no ser que recorrieran sesenta kilĂłmetros hasta San Antonio.
—Nuestra niña nunca nos ha dejado mal. Hará ese trabajo lo mejor que sepa —dijo su madre convencida.
Su padre mirándola fijamente con sus mismos ojos azules asintió. —Descansa, tienes que madrugar.
—SĂ, papá.
Lisa esperó a que se fuera y cerró la puerta a toda prisa. —Hija…
—No es lo que querĂa. —GimiĂł tapándose la cara con las manos y Lisa apretĂł los labios. —Quiero irme. —SintiĂł como su madre se sentaba a su lado y acariciaba su hombro. —Lo siento, pero es que…
—Lo sé. Tú quieres volar.
Levantó la vista hacia ella. —¿Con los Bansley? ¿En serio?
—La mayorĂa de las veces no podemos elegir los trabajos que queremos, hija. Además, son buena gente. Justos y trabajadores. Con mala leche, pero hombres de los pies a la cabeza.
—Eso es cuestiĂłn de opiniones. Derren saliĂł con July hace tres años y la dejĂł tirada despuĂ©s de… —LevantĂł una ceja haciendo que su madre jadeara. —Le matarĂa. Se pasĂł llorando una semana.
—Será que se dejó fácilmente antes de poder enamorarle un poquito, ¿no crees? Tú no te dejes.
—Mamá, ¿te crees que soy tonta? —preguntó sonrojándose.
—Eso, tú cierra las piernas y abre tu mente. —Le guiñó un ojo. —Y si llega otra oferta lo hablamos. Igual después de empezar el trabajo no quieres irte.
—Lo dudo.
—Es un rancho grande, seguro que el trabajo es muy interesante.
—Serán cuatro facturas. Me aburriré como una ostra.
—¿Quién sabe? Igual te sorprendes.
SĂ que estaba sorprendida, sĂ. EntrĂł en lo que ellos llamaban oficina. Era una pequeña edificaciĂłn pegada al establo con una mesa, un ordenador de Ăşltima generaciĂłn, fax, impresora y todas las paredes llenas de cajas de cartĂłn hasta el techo. Eso por no mencionar la tonelada de papeles que habĂa sobre el viejo escritorio. El suelo estaba lleno de paja del establo que habĂa debido entrar en las botas de los vaqueros y habĂa un ligero tufillo a estiĂ©rcol que la hizo fruncir su naricilla. Colter forzĂł una sonrisa. —Es que están limpiando la paja de los caballos, pero terminan enseguida.
Genial, de ser secretaria de dirección de algún presidente de empresa que viajara a Japón iba a oler mierda de caballo a menudo, pero algo era mejor que nada y sonrió. —No pasa nada.
Él mirĂł el traje rosa que llevaba. —AquĂ no hace falta que vistas tan elegante. —Sus ojos se detuvieron en sus tacones de doce centĂmetros. —SĂ, te aconsejo que vengas más cĂłmoda y si es con botas todavĂa mejor.
—¿Con botas?
—Los chicos han visto una serpiente de coral en el establo. Los caballos se pusieron nerviosos y fue cuando la vieron, pero se les escapó. Igual se ha ido, pero por si acaso trae botas y si son de buena piel mejor. ¿Sabes cómo es una serpiente de coral?
—Es esa que es roja y negra, roja y negra asà hasta el final, ¿no?
—SĂ, algo asĂ. Seguro que se ha ido, no debes preocuparte.
Primero le dice que se preocupe y ahora que no.
Dejó el bolso sobre la mesa. —¿Hay algo que deba hacer primero?
Colter puso la mano sobre un montĂłn de papeles. —Facturas. ContabilĂzalas, Âżquieres?
Ella asintiĂł.
—Y separa las pagadas de las que están pendientes por pagar. Mañana te pediré que hagas otra cosa.
—¿Mañana? —Confundida miró el montón de facturas.
—SĂ, tĂş relájate y haz la primera toma de contacto. Tampoco queremos atosigarte en tu primer dĂa.
Bueno, no podĂa negar que eso era muy amable por su parte. SonriĂł. —Gracias.
—De nada. A la hora de la comida puedes comer en la casa principal. La señora Braun siempre prepara algo por si estamos por aquĂ. Si no es asĂ es porque comemos con los hombres en los barracones.
—Muy bien.
Colter sonriĂł. —Si necesitas a alguno de nosotros porque llamen o tienes alguna duda… —CogiĂł una radio y la puso sobre el montĂłn de papeles. —Canal cinco. Como por aquĂ todavĂa hay zonas a las que no llega la cobertura, esto sigue siendo lo más práctico. Todos llevamos uno, aunque tengamos mĂłvil. AsĂ que si tienes algĂşn problema…
—Entendido.
—¿Sabes cómo se usa?
—SĂ, gracias. Mi hermana me volvĂa loca con esos chismes cuando era más pequeña.
—Es una chica estupenda.
Sonrió sinceramente. —Sà que lo es.
—Bueno, te dejo que tengo mucho trabajo.
Abrió la puerta del despacho y Amelia se mordió el labio inferior. —Colter. —Este se volvió antes de cerrar. —Gracias por la oportunidad.
Colter sonrió. —Estoy seguro de que lo harás muy bien. —Iba a cerrar cuando se lo pensó mejor y la miró a los ojos. —Por cierto, ¿qué opinas de eso de tener novio?
—¿Perdón? —Entrecerró sus bellos ojos azules y puso la mano en la cadera. —¿A qué viene esa pregunta?
—¿Estás abierta…?
—¿Abierta a qué? —preguntó empezando a mosquearse.
Colter se sonrojĂł. —No querĂa decir nada sexual, te lo juro —dijo rápidamente—. Verás… —Dio un paso hacia ella y Amelia se tensĂł. —Es que aquĂ trabajan muchos hombres y si tuvieras novio, habrĂa menos conflictos.
Separó los labios empezando a comprender. —Ah… Pues no, no tengo.
—Vaya…—Se pasó la mano por la barbilla como si fuera un verdadero dilema. —Eso igual trae problemas. Querrán ligar contigo.
Este creĂa que era tonta. —Si los conozco a casi todos desde que nacà —dijo como si le hubiera dado la sorpresa de su vida.
Colter rio por lo bajo. —Te aseguro que no los conoces bien. No es lo mismo saludarse al cruzar la calle como buenos vecinos, que trabajar juntos.
Uy, que ya empezaba y con ella iba a dar en hueso. SonriĂł con inocencia. —Tranquilo, que vengo preparada. —AbriĂł su bolso y sacĂł una pistola elĂ©ctrica dejándole atĂłnito. —Me la regalĂł mi padre cuando fui a hacer ese curso en la ciudad. QuerĂa comprarme una de verdad, pero serĂa un engorro si me cargaba a alguien. Esto es una pistola taser que te mete mil doscientos voltios por el cuerpo que te dejan tieso. A ver quiĂ©n es el guapo que me toca un pelo. Le van a castañear los dientes hasta Navidades.
Colter carraspeó. —Veo que has pensado en todo.
Sonrió de oreja a oreja. —Me gusta ser previsora.
—Muy bien —dijo mirándola de reojo antes de salir de la oficina.
Amelia soltĂł una risita guardando la pistola en su bolso. —AsĂ se lo pensará mejor antes de insinuarse de nuevo. TonterĂas a mĂ… Esto salidos no me conocen. —EchĂł un vistazo a su alrededor. —Bueno, manos a la obra.
Muerta de calor se abanicĂł con unos papeles y como no conseguĂa aliviar su temperatura se abriĂł un botĂłn de la camisa dejando el canalillo al descubierto. Ni la puerta abierta conseguĂa librarla del calor sofocante que hacĂa allĂ dentro. Dios, le corrĂa el sudor por el canalillo y estaba empapada. MirĂł hacia arriba y gruñó por el tejado de metal que retenĂa el calor allĂ dentro. Era como estar en un horno. En cualquier momento sonarĂa la campanilla diciendo que estaba en su punto. AbriĂł la botella de agua y bebiĂł sedienta hasta vaciarla y la tirĂł a la papelera que ya estaba llena de basura porque otra cosa no, pero allĂ habĂa una tonelada de papel inservible que tardarĂa una eternidad en revisar. Intentando concentrarse en la pantalla del ordenador introdujo la Ăşltima cifra de la factura y realizĂł la suma. Leche, treinta mil dĂłlares en material para hacer arreglos en lo que iba de año. Herramientas, madera para cercados y barracones, clavos y tornillerĂa, cable… Eran tantos los materiales, que le habĂa sorprendido todo lo que se necesitaba para llevar un rancho como ese. Incluso ese año se habĂan facturado dos wáteres que seguramente serĂan para los barracones de los vaqueros. EntrecerrĂł los ojos bajando la pantalla para revisarla desde el principio. QuĂ© raro. Uno habĂa costado ciento cincuenta dĂłlares y el otro quinientos treinta y nueve. SerĂa para la casa y tendrĂa chorrito como los de los japoneses. Pero entonces vio algo que le llamĂł la atenciĂłn. ÂżCuántas palas se necesitaban en un rancho? Las contĂł a lo largo de los gastos de ese año que solo eran cinco meses porque estaban a principios de junio y habĂa veintidĂłs palas. Y eso no era todo, rastrillos habĂa otros tantos y seis carretillas. CogiĂł un block y empezĂł a apuntar lo que le pareciĂł raro. ÂżSerĂa un error de facturaciĂłn? Exasperada cogiĂł el archivador donde las habĂa clasificado por fecha y empezĂł a buscar esas facturas sacándolas para dejarlas encima del escritorio ahora despejado. Todas eran de una tienda de bricolaje de San Antonio. QuĂ© raro, tenĂa entendido que los del rancho compraban en la ferreterĂa del pueblo. Al jefe le gustaba ayudar a los negocios del pueblo eso lo sabĂa todo el mundo.
SonĂł su mĂłvil y lo cogiĂł distraĂda mirando las facturas. —¿Si?
—Hija ÂżquĂ© tal tu primer dĂa? —preguntĂł su padre contentĂsimo de que estuviera allĂ y era evidente que no iba a disimularlo.
—Necesito un ventilador.
—Seguro que tienen alguno por ahĂ.
Entonces recordĂł algo. —Papá espera… —CogiĂł otro archivador de gastos generales que habĂa ordenado esa mañana. —No me cuelgues… —DejĂł el telĂ©fono sobre la mesa y a toda prisa pasĂł las facturas hasta que encontrĂł la que estaba buscando. CogiĂł el telĂ©fono a toda prisa. —Papá, Âżcuánto cuesta un carburador para una desbrozadora?
—Depende del modelo, pero las que yo arreglo sobre los veinte dólares más o menos.
SeparĂł los labios por los doscientos dĂłlares que les habĂan cobrado por la pieza. Cuando lo habĂa visto habĂa supuesto que alguno de los vaqueros lo habĂa cambiado sin molestarse en llevárselo a su padre, que aparte de coches tambiĂ©n arreglaba ese tipo de herramientas, pero ese precio la habĂa extrañado y con razĂłn. —Doscientos pavos es mucho, Âżno?
—¿Mucho? Menudo timo. Pero mira, si les han cobrado eso que se jodan por no habĂ©rmelo traĂdo a mĂ.
—Es solo el precio de la pieza.
—¿Qué has dicho?
—No es el arreglo entero. Es solo la pieza. Eso pone la factura.
—¿De dónde es la factura?
—De una tienda de San Antonio. Y papá hay otras facturas de la misma tienda que no me cuadran. Han comprado veintidós palas este año.
—Niña, alguien está sacando tajada de eso. Tienes que preguntarle al jefe si eso está bien, que pienso que no porque los Bansley siempre me traen a mà sus desbrozadoras.
—SĂ, ya habĂa visto una de tus facturas. —Se llevĂł la mano a la frente empapada y mirĂł las cajas en las paredes. —Lo que me faltaba.
—No te preocupes, no pasará nada. Solo tienes que decir si eso está bien y si no es asà se encargarán ellos. —Rio por lo bajo. —Que se prepare el que haya sido, se va a quedar sin dientes de las hostias que le van a meter. Con los Bansley no se juega, que tienen muy mala leche cuando se enfadan.
—Esto lo llevaba Colter, papá. Eso me ha dicho cuando ha llegado.
—¿Crees que él…? No, hija. No iba a robar a su hermano. Eso no va con él.
Amelia apretĂł los labios. Eso era cierto, los Bansley podĂan ser unos salidos que no se tomaban en serio a ninguna mujer, pero a justos y honrados no les ganaba nadie. Si todo el mundo hablaba de la vez que en las fiestas del pueblo Derren habĂa encontrado un sobre con diez mil dĂłlares y cĂłmo se lo habĂa dado al sheriff. ResultĂł ser de uno de los feriantes que iba a comprarse una rulot nueva. Hasta habĂa salido en la prensa para darle las gracias. MirĂł las facturas. —No se lo digas a nadie, Âżvale? Si se enteran… Además, todavĂa no sabemos de quĂ© se trata.
CapĂtulo 1
Cindy se echĂł a reĂr haciĂ©ndose un rodete en lo alto de la cabeza con su largo cabello rubio y la mirĂł a travĂ©s del espejo moviendo las caderas al ritmo de la mĂşsica. LevantĂł la barra de labios rosa. —¿Quieres? Es nueva. Se llama flor del desierto. Mi madre dice que le queda bien a todas las mujeres.
—No, no puedo ponerme maquillaje. —Shine fastidiada se sentó en la cama deshecha de su amiga.
—Jo, tus hermanos son un peñazo. Nunca te dejan hacer nada.
—¿No me digas? No me habĂa dado cuenta —dijo con ironĂa.
Su mejor amiga se volvió mirándola fijamente con sus bonitos ojos azules. —Estás cabreada. ¿Qué han hecho ahora?
—Eso es lo que venĂa a decirte. El sábado no irĂ© contigo de compras porque me han soltado que nada de ir al baile de fin de curso. Con catorce años no se puede ir a bailes. ÂżDĂłnde se ha visto eso? Si hasta Derren me ha dicho que va a hablar con la directora del instituto.
—No fastidies.
—Y Colter le ha dado la razĂłn. Estaba cabreadĂsimo.
—¿No me estás vacilando? —preguntó alucinada sentándose a su lado.
NegĂł con la cabeza moviendo sus rizos negros y gimiĂł mientras sus ojos verdes se llenaban de lágrimas. —Como vayan a hablar con la señora Sheldon me muero de la vergĂĽenza. SerĂ© la Ăşnica de todo el curso que no asistirá. Se lo he dicho a Keigan, pero le ha entrado por un oĂdo y le ha salido por el otro. Simplemente dijo que Derren se encargarĂa.
Su amiga se la quedĂł mirando mientras se limpiaba las lágrimas. —Lo siento mucho. —Shine se encogiĂł de hombros. —¿Y si dices que vienes a dormir a casa y vamos al baile? Mi madre te cubrirĂa. Lo entenderá y nos ayudará, ya verás.
—Ahora estarán con la mosca tras la oreja hasta que pase. Tendré que decirle a Freddy que no puedo ir.
—Con lo que te gusta. —AcariciĂł su espalda apretando los labios. —Tienes que hacer algo, van a destrozar tu vida social. Ni siquiera te dejan ir al cine los fines de semana. Y la ropa que te compran —dijo con cara de horror mirando sus vaqueros y su camiseta infantil con una princesa en la pechera—. Creen que todavĂa eres una crĂa.
—Lo sé. Es frustrante, ¿pero qué voy a hacer? Keigan es mi tutor y lo que diga él va a misa. Y si no lo dice Keigan, lo dice Colter y sino Derren. Esto no se acaba nunca. ¡Al final siempre uno de ellos dice que no y me tienen harta!
Cindy entrecerrĂł los ojos. —Es una pena que no tengas una hermana mayor. La mĂa me abre mucho el camino, te lo aseguro.
—La única mujer que hay en mi casa es la señora Braun y les da la razón en todo.
—Es que les debe mucho a los Bansley. Keigan les dio trabajo en el rancho a sus hijos en cuanto salieron del instituto. No hay mucho trabajo por aquà y está muy agradecida. Además, no tiene hijas y…
—Lo sé. Tampoco puedo pedirle que me apoye. Nunca se pondrá de mi lado.
—Estás en un lĂo de primera. Como no lo soluciones, los demás terminarán por darte de lado si no haces lo que hacen todos. Julie va a hacer una fiesta el sábado y no te ha invitado porque sabe que no te dejarán ir.
—Es que ya no sĂ© quĂ© hacer. —Se levantĂł y fue hasta la ventana apartando la cortina de hilo. En la acera de enfrente estaba la ranchera de Keigan que habĂa ido al pueblo, a la ferreterĂa, y le habĂa dicho que en una hora en la camioneta como si fuera una niña. Ahora todos los de su edad iban en bicicleta, pero ella no. No podĂa hacer nada con lo que corriera un mĂnimo riesgo fuera lo que fuera. Ni salir con chicos, ni maquillaje, ni ropa bonita. Esas navidades le habĂan regalado un osito de peluche enorme como si tuviera cinco años. Cuando era niña despuĂ©s de la muerte de su madre estaba encantada de tener tanta atenciĂłn y que se preocuparan tanto por ella, pero empezaba a ser asfixiante y no lo soportaba más.
—Si al menos estuvieran casados —dijo su amiga cortándole el aliento—. Sus mujeres les pondrĂan las pilas.
Se volvió de golpe. —¿Qué has dicho?
Su amiga que se estaba pintando una uña con un color rosa chicle parpadeó. —Que si al menos…
—¡Te he oĂdo! —SonriĂł de oreja a oreja. —Claro, ellas les pondrán en su sitio y me comprenderán. ¡Eres un genio!
Cindy sonrió. —Vaya, gracias.
—¡Solo tengo que casarles!
La miró como si fuera tonta. —¿Vas a casarles tú?
—Ya me entiendes. Solo tengo que conseguir que se casen.
—Como si fuera tan fácil. ¿Cuántos años tienen?
—Treinta y tres, treinta y dos y Derren treinta y uno.
—SĂ que debiste ser una sorpresa, sĂ.
—No lo sabes bien.
—Jo, ya son muy viejos.
—¡No son viejos! Están en la edad. —Sus ojos verdes brillaron. —La edad perfecta para pensar en casarse de una vez.
—Pues por aquà no les ha gustado ninguna.
—Claro que les han gustado mujeres de por aquĂ, entre los tres han salido con todas o casi. —SonriĂł maliciosa. —Además no tengo que casarles a todos. Con conseguir casar a uno ya tendrĂ© mucho avanzado. Y tiene que ser Keigan que es el mayor.
Cindy miró hacia la puerta y susurró —¿Y mi hermana? Tiene veintitrés.
La miró fijamente pensando en ello. —¿Tu hermana?
La puerta se abrió de golpe y Amelia puso los brazos en jarras mirando la desastrosa habitación. —No saldrás de aquà hasta que no la ordenes.
—Pero…
—¡Mamá me tiene harta con que te controle! ¡Ya eres mayorcita! ¡A recoger! —CerrĂł de un portazo y Cindy gimiĂł, pero a Shine se le cortĂł el aliento porque trataba a su hermana como una adulta y eso era lo que ella querĂa. Hizo una mueca porque tenĂa muy mala leche cuando se cabreaba, pero casi mejor porque Keigan no se quedaba corto. Además, era muy bonita con esos ojos azules almendrados y sus gruesos rizos rubios que caĂan hasta la cintura. ÂżCĂłmo no lo habĂa pensado antes? Eran perfectos el uno para el otro.
—Oye, ¿tu hermana sigue buscando trabajo después de terminar el curso ese de secretaria?
—Era una especialidad de finanzas o algo asà para secretaria de dirección. —Estiró las sábanas. —Dice que asà encontrará trabajo en la ciudad. Ya ha enviado varios curriculum para unas ofertas de empleo.
—Entonces sabe de números.
—¿De números? Es un hacha para eso. Hasta le hace la declaración de la renta a mi padre y siempre le sale a devolver.
—¿No me digas?
Cindy sonrió. —¿Es candidata?
—Es perfecta.
Sentada a la derecha de su hermano mayor revolvió las zanahorias resecas dándole vuelta a cómo conseguirlo mientras ellos no dejaban de hablar de ganado.
—Shine, ¿pasa algo? —Levantó la vista hacia Colter que estaba sentado frente a ella observándola. —¿Ocurre algo?
Negó con la cabeza bajando la vista hasta su plato de nuevo y los tres hermanos se miraron. —¿Estás enfadada por lo del baile? —preguntó Keigan antes de beber de su cerveza sin quitarle ojo.
Entrecerró los ojos dejando el tenedor sobre la mesa. Era hora de tomar las riendas de su vida. Levantó la vista hasta ellos y sonrió. —¿Por qué no os habéis casado?
Los hermanos sonrieron aliviados de que no se pusiera a llorar o algo asĂ. —TodavĂa no hemos encontrado a la mujer adecuada —dijo Derren.
—¿Y qué debe tener la mujer adecuada? —Les miró a los tres uno por uno. —Sois guapos y ricos. Candidatas no os faltarán.
Los tres sonrieron. —¿Ahora quieres casarnos? —preguntó su hermano mayor levantando una de sus cejas morenas.
—No. —Cuidado Shine, que se te ve el plumero. —Es que me extraña. Ni siquiera tenéis novia fija y me parece raro.
Colter entrecerró sus ojos grises. —¿Te parece raro de repente?
—Bueno, es que he oĂdo algo… —dijo compungida mientras ponĂa cara de niña buena.
—¿QuĂ© has oĂdo? —Derren se adelantĂł.
—Pues que Katie London está muy mosqueada contigo porque saliste con ella una sola vez y que despuĂ©s de conseguir llevarla al catre, la dejaras tirada para salir con MarĂa Smith. —-Su hermano se sonrojĂł y ella satisfecha mirĂł a Colter. —Que tĂş te has acostado con las gemelas Robinson y que su padre ha sacado la escopeta. —Su hermano carraspeĂł revolviĂ©ndose en su silla y al mirar a Keigan este se tensĂł. —Y una chica de mi instituto me ha dicho que tienes una amante en San Antonio y que se ha quedado embarazada. Que le has dado la espalda y que rechazas casarte con ella.
—¡Eso es mentira! —dijo indignado haciendo que sus ojos verdes refulgieran de furia—. ¡No he dejado embarazada a nadie en mi vida!
—Oh, ¿usas condón?
—¡Shine, eso no es problema tuyo!
—¿Por qué?
—¡Porque es mi vida privada!
—Tú te metes en mi vida continuamente. ¿No es justo que yo sepa tu vida?
Keigan entrecerró los ojos. —No he dejado a nadie embarazada.
—Pero lo de estos es verdad, Âżno? —Sus hermanos carraspearon incĂłmodos. —Es increĂble, ni me dejáis hablar con chicos y vosotros tirándoos a todo lo que pilláis por ahĂ.
—Somos adultos para hacer lo que nos venga en gana.
—Eso es muy cĂnico. Y egoĂsta. Papá os dejaba hacer lo que os diera la gana porque sois hombres.
—Papá no está aquà y mamá tampoco. Es nuestra obligación cuidarte y criarte de la mejor manera posible y es lo que vamos a hacer —dijo Keigan firmemente—. Esto es porque no puedes ir al baile e intentas avergonzarnos para que te demos la razón. —Se sonrojó ligeramente. —Y eso, señorita, no va a pasar. ¿Me has entendido? Nosotros somos adultos y tú eres una niña. ¡Nada de bailes, salir con chicos ni nada de nada hasta que sea el momento!
Estaba claro que habĂa mostrado sus cartas demasiado pronto. LevantĂł la barbilla demostrando que ella tambiĂ©n tenĂa carácter. —No lo decĂa por el baile. Lo decĂa porque esta mañana al salir de la iglesia oĂ a una mujer que comentaba que no veĂa muy bien que tres hombres solteros con tan poca moral criaran a una niña de catorce años. —Los tres se tensaron con fuerza. —Y esta tarde hablando con Cindy se lo he comentado y me ha dicho que os lo dijera por si viene asuntos sociales.
—Asuntos… —Colter atĂłnito mirĂł a su hermano mayor que enderezĂł la espalda.
—¿Quién era esa mujer?
—Estaba en un grupo y no pude verle la cara, pero la oĂ como la tuvieron que oĂr las otras mujeres —dijo aparentando estar asustada—. No pueden llevárseme, Âżverdad?
—No, no pueden —dijo firmemente su hermano mayor—. Y no hay nada en la ley que nos impida llevar la vida que nos venga en gana mientras tú estés bien cuidada. Esa mujer no sabe lo que dice, solo lo ha hecho para cotillear y meter cizaña.
SonriĂł radiante como si estuviera aliviada. —Menos mal. Con lo balas perdidas que sois, ya me veĂa en una casa de acogida o algo asĂ. —Se puso a comer con ganas y vio de reojo como los tres hermanos se miraban. SonriĂł para sĂ. Ya estaba en marcha.
Keigan caminĂł hasta la chimenea y apretĂł los labios viendo las fotos de sus padres. En un año los habĂan perdido a los dos. Primero a su padre cuando en un paso a nivel un tren arrastrĂł su coche y despuĂ©s a su madre por un cáncer de Ăştero que se la llevĂł en apenas un mes. Siempre habĂa creĂdo que no pudo soportar la muerte de su padre y su dolor le provocĂł el tumor que se la llevĂł. Joder, cĂłmo les echaba de menos.
—¿QuiĂ©n serĂa la hija de puta? —preguntĂł Colter antes de beber de su whisky.
—Cualquier cotilla del pueblo. —Derren suspiró sentándose en el sofá. —Lo importante es qué vamos a hacer. Si alguien llama a servicios sociales tendrán que investigarlo y pueden que el que nos manden piense lo mismo que la cotilla.
—No la vamos a perder. —Se volviĂł hacia sus hermanos. —Es nuestra hermana y está bien cuidada. NingĂşn juez nos la quitarĂa.
—Pues a mà se me han puesto por corbata. —Derren bebió de su whisky. —Se me han quitado las ganas de salir con alguien en una temporada.
—Pues es lo que deberĂamos hacer durante un tiempo para que los cotilleos en el pueblo cesen. —Colter sonriĂł —¿Podrás soportarlo?
Sonrió irónico. —¿Y tú?
—Joder, no tengo ni idea. Nunca he estado más de quince dĂas de abstinencia.
Keigan fue hasta el mueble bar y se sirvió otra copa. —Yo no tengo ese problema. No tengo por qué renunciar al sexo, sobre todo porque nadie sabe con quién lo tengo.
—No, claro que no. Teniendo una amante fija y casada además, el problema está solucionado. Nadie lo sabrá nunca, pero yo prefiero variar.
—¿No te aburres? —preguntó Derren divertido.
—No os dais cuenta de que una mujer fija llega a conocerte muy bien y eso mejora el sexo. Sabe lo que te gusta, lo que te es indiferente. —Se encogiĂł de hombros. —Además, Caroline todavĂa no ha llegado a aburrirme.
—Eso es porque es muda.
Derren se echĂł a reĂr a carcajadas y Keigan sonriĂł. —No es muda.
—Casi, no le he oĂdo más de dos palabras seguidas. Su marido debe ser el hombre más feliz del universo. —Colter apoyĂł los codos sobre sus rodillas mirándole fijamente. —Alguien sabe que tienes una amante en San Antonio, asĂ que ojo.
—Alguien ha debido ver mi camioneta en el hotel y se ha inventado esa historia, pero no lo saben porque si fuera asà hubiera salido el nombre del alcalde, ¿no crees?
—De todas maneras, ten cuidado porque lo que faltaba es que se supiera que la mujer del alcalde es tu amante. Eso sĂ que serĂa un escándalo en el pueblo.
Keigan entrecerró los ojos. —Tendré cuidado.
—Vamos tĂo, lo que deberĂas hacer por el bien de la familia es casarte —dijo Derren mientras sus ojos verdes brillaban de diversiĂłn.
—Muy gracioso.
—Que ya tienes una edad…
—Entonces cásate tú.
—TodavĂa no he encontrado a mi media naranja.
Levantó su vaso. —Lo mismo digo. —Colter y Derren se miraron antes de carraspear y Keigan entrecerró los ojos siseando —No la he encontrado.
—Y una leche. Lo que pasa es que no tienes huevos para pedirle una cita.
—Si hablas de la hermana de esa amiga de Shine, no es mi tipo. —Se sentĂł en el sofá de nuevo y los hermanos se rieron. —¿De quĂ© coño os reĂs? —preguntĂł mosqueado.
—Se llama Amelia y lo sabes de sobra —dijo Derren. Keigan gruñó antes de beber —. Lo que pasa es que no sabes cómo acercarte a ella, porque si sale mal puede que Cindy se enfade con Shine, por eso mantienes las distancias.
A Shine se le cortĂł el aliento escuchando desde las escaleras. No podĂa tener tanta suerte.
—Es guapa, pero de ahà a que sea mi media naranja… Os habéis pasado tres pueblos.
—Yo la vi esta tarde en el pueblo —dijo Colter llamando su atención—. Y hablaba con Roy Summerfield.
—Pues muy bien —dijo mosqueado.
—Ella se reĂa y a ese imbĂ©cil se le caĂa la baba.
—Pues yo he oĂdo que se va del pueblo.
Keigan apretĂł los labios. —LĂłgico, ha estudiado y cuando lo hacen es para irse de aquĂ.
Shine jurĂł por lo bajo bajando otro escalĂłn y al ver el telĂ©fono mĂłvil en su mano se le ocurriĂł. Se lo puso al oĂdo y dijo —Vaya, Âżde verdad, Cindy?
Los chicos vieron a su hermana pasar en pijama hacia la cocina. —Es una pena. —Abrió la nevera y cogió lo primero que pilló que fue un zumo de uva. Salió de la cocina diciendo —Tu madre estará disgustada, claro. Y tu padre debe tener un cabreo… ¿Cuándo se va?
Keigan frunció el ceño.
—¿La semana que viene? SĂ, es una pena que no haya conseguido trabajo aquĂ. Amelia me cae muy bien. ÂżQue te regala su cazadora vaquera? Que guay, Âżno?
El portazo llegĂł hasta ellos y los tres se miraron. —SĂ, se va a ir —dijo Keigan antes de beber todo el contenido del whisky.
—PodrĂas ofrecerle trabajo —dijo Colter.
—¿Para qué? Será mejor que se vaya.
Shine gimiĂł desde las escaleras.
—Le harĂas un favor a los padres de Cindy. La adoran, les gustarĂa que se quedara. Si se va es por obligaciĂłn, porque aquĂ no tiene futuro si no es ganadera. La tienda de su madre no va muy bien, ya casi nadie compra en su mercerĂa y su padre tiene el taller, pero…
—¿Y qué iba a hacer aqu�
Shine corrió escaleras arriba sin hacer ruido y gritó —Chicos, ¿sabéis de alguien que ofrezca trabajo de contabilidad, secretariado o algo as� ¡Hace declaraciones de la renta!
Colter y Derren se miraron antes de mirar a Keigan que carraspeó —¿Tiene experiencia?
—Cindy, Âżtiene experiencia? —dijo bien alto sin molestarse en ponerse el telĂ©fono al oĂdo—. ¡Dice que sĂ! ¡Ha hecho prácticas!
—Ha hecho prácticas —dijo Derren divertido.
Keigan le fulminó con la mirada y escucharon como Shine bajaba las escaleras corriendo. Apareció en la puerta. —¿Sabéis de alguien?
Colter se levantó. —¿Quién es?
—Amelia Hudson. La hermana de Cindy, ¿la recuerdas?
—Oh, sĂ… la rubia. ÂżLa recuerdas, Keigan?
Su hermano mayor gruñó. —Asà que se va.
—Si no encuentra trabajo aquà no tiene más remedio que irse. ¿No es una pena?
—Una pena enorme —dijo Derren con segundas—. ¿No, Keigan?
Colter sonriĂł. —Oye, Âżno podrĂa quedarse para ayudarnos con el papeleo?
—¿Entonces quĂ© harĂas tĂş? —siseĂł Keigan con ganas de pegar cuatro gritos.
—TrabajarĂa más en el campo. Casi me harĂa un favor, porque odio estar metido en ese despacho todo el dĂa al telĂ©fono.
Shine chillĂł de la alegrĂa y se puso el telĂ©fono al oĂdo. —¡Cindy, que sĂ!
Keigan separó los labios para decir algo, pero su hermana salió corriendo. —Dile que venga mañana a las siete. ¡Tiene trabajo! Ya verás como ahora tu madre se pondrá contenta.
El portazo hizo gruñir al hermano mayor que miró a los demás como si quisiera que desaparecieran de la faz de la tierra y Derren rio. —No pongas esa cara. Si estás encantado. Te hemos hecho un favor.
Keigan fue hasta el mueble bar. —Como salga mal, hablas tú con Shine.
—Claro, hermano… Por ti lo que haga falta.