***SOLO HOY Y ahora supera mi beso de Megan Maxwell
Regresa Megan Maxwell con una novela romántico-erótica tan ardiente que se derretirá en tus manos.
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Los apólogos libertinos pueden ser una gran moda de dejarse deplorar, conjeturar y usar Este portafolio contiene 8 explicaciones diferentes con las que podrás gozar de unas pretenciones inexistentes. Está escrito en un grado un acierto eglógico que hace que sea comprensible relajarse y engolfarse en las hazañas.
SEÑORITA FANNY
Déjenme contarles un poco de la señorita Fanny. Vivíamos en la misma calle de un pueblo que no vale la pena mencionar. La saludaba con respetuosos besos en la mejilla, la despedía agitando mis manos como pañuelos blancos de partida.
Me encantaba verla estudiar al otro lado de la calle, a través de su ventana. Envidiaba ciertamente su inteligencia; era de esas mujeres que te conquistaban de corazón y mente. Muchacha de ojos verdes, piel morena. Tenía un enorme lunar en su mejilla que parecía una pequeña hoja de maple vencedora del otoño.
La noche que nos hicimos novios no fue diferente a las divertidas salidas por el pueblo. Vestía una sudadera negra, falda circular a cuadros y unos tenis blancos como la blanca luz de la luna que atravesaba sus cabellos. Éramos sinergia, tan solo un minuto de su rostro me bastó para olvidarme en ella.
Lo sexual siempre fue algo importante en nuestra relación; pero no era sexo como cualquier otro, ni era cosa de una cama solamente. Jugábamos a tocarnos tiernamente en nuestras muchas salidas a los parques, a besarnos cálidamente mientras nos pasábamos algún caramelo por la boca. Cuando nos hallábamos a solas en mi habitación, recorría con milimétrica precisión los más mínimos rincones de su espalda. Disfrutaba enormemente acariciarle el interior de sus muslos, migrar mis dedos a los vellos de su pelvis para perfumarme con la pulcritud de su fragancia.
A veces, desnudos los dos, nos mirábamos al espejo sin decirnos nada, solos frente al espejo la penetraba para observar sus muecas, sus gestos, su mirada. Ahí sobre ese cálido reflejo le tomé fotografías con mis ojos; religiosamente las llevaba a revelar cuando tocaba la hora de soñar con su figura. Amanecía una que otra vez empapado, después de haberme imaginado con ella la más lujuriosa de las noches de sexo.
Otras tantas ocasiones, la animé para que me chupara como solo ella sabía hacerlo. Adoraba la sensación de angustia que me embargaba unos instantes antes de correrme en su boca, su saliva que corría sobre el miembro, su lengua pasando por la punta del glande como saboreando un helado.
Teníamos tanto sexo que, pasados los años, se nos comenzaron a acabar las ideas. Recostarse en una cama se reducía al simple acto de metérsela hasta que alguno de los dos se corriera. Por ahí no iba el deseo, tuvimos que reinventar nuestras aventuras con el paso del tiempo, adaptarnos a nuevos estilos y formas.
Comenzamos comprando ropa comestible. Delicadamente, le ponía bragas de todos los sabores; de goma de mascar, cereza, a veces manzana con canela. Disfrutaba mucho lamer el dulce sabor de su vagina mezclado con las frutales esencias. Mi parte favorita era saborear el fino hilo endulzado que se enterraba entre sus nalgas.
Intentamos también con un poco de sadomasoquismo. Las reglas del juego eran estrictas, a veces ella era la dueña, a veces mi esclava. Tenía que cumplir todos sus antojos. Introducía vibradores en mi trasero para estimularme, y me obligaba a hacerle orales mientras estaba amarrado. Tampoco ella se salvaba de mis descarnados deseos, le dejaba las nalgas rojas a punta de latigazos, hasta casi hacerla sangrar. Otras tantas, la obligaba a tragarse mi semen mientras la masturbaba con poderosos vibradores.
Finalmente, la gota que colmó el vaso de la pasión fue tener sexo en espacios públicos. Recuerdo una vez que fuimos al cine, nos sentamos en los asientos del fondo de la sala. Ella llevaba una pequeña falda, sin ropa interior, y cuando todos estaban más concentrados, le tocaba suavemente sus húmedos labios vaginales. Inclusive en una ocasión la llegué a penetrar, se sentó un momento sobre de mí mientras la gente prestaba atención a la película.
La masturbaba en restaurantes, estacionamientos, en los ascensores, gimnasios… Pero el sexo que más me ha gustado, ha sido en un centro comercial. Fue un día poco concurrido, nos escapamos de nuestro grupo de amigos y nos fuimos al pasillo de los baños. Como siempre, llevaba su falda corta sin bragas, se la alcé y la penetré rápidamente. Un encargado de limpieza nos vio, su rostro lucía pálido, consternado por la dureza con la que perforaba la pequeña vagina de Fanny. Avisó a seguridad, pero todo estaba planeado. Salimos por la puerta de emergencia que estaba a un lado de los baños. No regresamos a ese centro en mucho tiempo.
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